lunes, 9 de febrero de 2009

Hacia el centro (9 de 9)

El sábado por la mañana, con la excusa de la exposición de escultura griega volví al Prado. Y sí que era buena la exposición. Qué delicadeza el mármol: cómo parecía piel. El Apolo sauróctono, la ménade de Escopas.
Pero yo lo que quería sobre todo era ver pintura. Y pasé por las salas y no quería pararme: pero vi acordándome de Jiménez Lozano las pinturas de Berlanga, la ermita de Maderuelo llena de frescos ¡conmocionante!
Y me fui para arriba, a volver a Rubens y van Dyck, que cada vez me gustan más. Pero miro los cuadros de Rubens en internet y no encuentro lo que vi en directo: se me escapa, no podemos hacerlo digital, a Rubens hay que verlo en directo.
En cambio van Dyck sí, por ejemplo el retrato de Adrian Rickaert, un pintor amigo de van Dyck, vestido a la rusa. Y del Cristo objeto de burlas de van Dyck qué decir. Y el cuadro de Ribalta, y Fernando Gallego, y Pedro Berruguete, y la condesa de Chinchón de Goya. Y la boda campestre de Jan Brueghel el Viejo, en la que me alegró muchísimo ver que el novio llevaba en la mano una flor, lo que explicaba aquel retrato de van Cleve que vimos en el Thyssen.
Me tuve que ir de allí, que me mareaba ya y la cabeza me daba vueltas con la palabra Stendhal.
Venga, otro cuadro más: la Crucifixión de Juan de Flandes.


2 comentarios:

  1. Se siente, se puede tocar, el abrigo de pieles de Adrian Rickaert. Magnífico, todo.

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  2. A través de tu tus superentradas uno prefiere leerte que ir al Prado, pero cuando uno vuelve al Prado se detiene donde tú dices porque seguro que eso es bueno y hay que pararse ahí, porque Ángel Ruiz lo dice. Un abrazo.

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