El sábado volví a estar con unos buenos amigos. Tienen unos hijos maravillosos: me acompaña su mirada desde entonces; es un tesoro la mirada de los niños, qué descanso en un mundo que está de vuelta, cansado, agotado, con risa sardónica o mueca cínica, qué consuelo debe de ser poder tener esas miradas cuando uno vuelve a casa, aunque llegue cargado de penas recientes.
Son miradas que brillan.
Yo les llevé unas flores para que se reflejaran en sus pupilas e incendiaran de colores la blanca casa. Y una pluma de pavo real que vi en la floristería, en homenaje a Flannery (y Flannery me lo premió, que me dejó el padre de las criaturas el libro de las cartas de Flannery a los Brainard Cheneys).
Y los chicos comenzaron un miniconcurso de preguntas y yo les pregunté por Bucéfalo y se lo sabían y me preguntaron por Leónidas y me confundí y lo confundí con Epaminondas y dije que era tebano.
Y Carmen, la pequeña, me miraba asombrada, a mi barba: la comida fue un bombardeo sobre ese tema: que si me dolía la barba, que si pinchaba, que por qué. Me dio un beso para comprobar, pero no se la veía convencida. Sus padres tuvieron que intervenir cuando pasó a preguntarme por los pelos del brazo y los de mi nariz.
Y los que no tenemos hijos, tenemos que velar por ese tesoro, luchar a muerte contra esta sociedad de muerte que odia la mirada limpia de los niños.
Son miradas que brillan.
Yo les llevé unas flores para que se reflejaran en sus pupilas e incendiaran de colores la blanca casa. Y una pluma de pavo real que vi en la floristería, en homenaje a Flannery (y Flannery me lo premió, que me dejó el padre de las criaturas el libro de las cartas de Flannery a los Brainard Cheneys).
Y los chicos comenzaron un miniconcurso de preguntas y yo les pregunté por Bucéfalo y se lo sabían y me preguntaron por Leónidas y me confundí y lo confundí con Epaminondas y dije que era tebano.
Y Carmen, la pequeña, me miraba asombrada, a mi barba: la comida fue un bombardeo sobre ese tema: que si me dolía la barba, que si pinchaba, que por qué. Me dio un beso para comprobar, pero no se la veía convencida. Sus padres tuvieron que intervenir cuando pasó a preguntarme por los pelos del brazo y los de mi nariz.
Y los que no tenemos hijos, tenemos que velar por ese tesoro, luchar a muerte contra esta sociedad de muerte que odia la mirada limpia de los niños.
La barba es demasiado fascinante para los niños: debieron dejarle que preguntara y contestar tu; luego en su intimidad aprovechar eso; lo mas importante es que entiendan esas cosas: y desde luego, lo de Leónidas, parece mentira.
ResponderEliminar¿Charlaste con los niños sobre Epaminondas? ¿Controlaban ellos al personaje? ¿Te vencieron ellos en el concurso?
ResponderEliminarPá que luego digan que la educación actual es un fracaso¡¡¡¡¡¡
Gran entrada de principio a fin.
ResponderEliminarPreciosa entrada. Un homenaje a los niños, el mayor tesoro de una familia, ¡y hay quienes no encuentran tiempo para tenerlos, y cuando se deciden no lo encuentran para criarlos! Un saludo.
ResponderEliminarHola soy Fatemeh desde Iran
ResponderEliminarTienes razón, Ángel, hay momentos en que las miradas de los niños sostienen el mundo. Muchas gracias por tu cercanía.
ResponderEliminarHermoso.
ResponderEliminarQué suerte la compañía. Cómo me hubiera gustado veros a todos.
ResponderEliminarQué pena no haber estado allí, y qué suerte la compáñía, y qué bonita entrada.
ResponderEliminarSiento que hayan salido dos comentarios casi iguales, pero no sabía si el primero saldría o no. En cualquier caso, ahí se quedan. Un abrazo.
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