El sábado pasado nos juntamos padres, padrinos, abuelos y amigos para el bautizo.
Y yo conocí a Andrés mientras los demás no podían contener la emoción de no saber si iba a llegar al fin el cura o no: siempre quedaba la opción de bautizarle cualquiera de nosotros, para lo cual bastaba con poner a la criatura en peligro inmediato de muerte.
Preferimos esperar; y llegó al fin el cura y en la iglesia de las Mercedarias, bajo una cúpula muy bonita con adornos de hojas, pudimos asistir al bautismo, con un rito intenso y breve, maravilloso, que se me hizo muy corto: daba ganas de pedir la moviola, para fijarse despacio en el óleo, la vela, la vestidura blanca que le pusieron, el agua sobre su cabeza -no lloró, estuvo muy tranquilo en brazos de su madre-, las oraciones, invocaciones y el símbolo de la fe.
Y luego salimos todo contentos, cruzamos por la puerta de Mazarelos, y tuvimos una comida que yo creo que recordaremos todos dentro de unos años, y sonreiremos al recordarla y Andrés nos mirará y pensará: ¡estos viejos otra vez en plan revival, acordándose del bautizo!
Al acabar la comida, los amigos de mi amigo cantaron a capella una canción: fue un momento como del final de El festín de Babette o de la cena de Dublinenes. Antes habíamos estado hablando -¡y estábamos tan de acuerdo!- de la necesidad del trabajo constante para el arte, algo que afirmaba uno -que se dedica a la guitarra clásica- y corroboraba el otro -que se dedica a la novela-; los dos hacían también grandes elogios de Madrid, a donde se han trasladado, igual que otro amigo suyo -en el otro extremo de la mesa, un poco excesivo de gestos, un poco Fellini, un poco Mastroianni, riéndose siempre pero con ese poso de tristeza que me dicen que se ve sobre todo en su poesía- y donde han encontrado posibilidades que en la provincia no veían.
Y yo conocí a Andrés mientras los demás no podían contener la emoción de no saber si iba a llegar al fin el cura o no: siempre quedaba la opción de bautizarle cualquiera de nosotros, para lo cual bastaba con poner a la criatura en peligro inmediato de muerte.
Preferimos esperar; y llegó al fin el cura y en la iglesia de las Mercedarias, bajo una cúpula muy bonita con adornos de hojas, pudimos asistir al bautismo, con un rito intenso y breve, maravilloso, que se me hizo muy corto: daba ganas de pedir la moviola, para fijarse despacio en el óleo, la vela, la vestidura blanca que le pusieron, el agua sobre su cabeza -no lloró, estuvo muy tranquilo en brazos de su madre-, las oraciones, invocaciones y el símbolo de la fe.
Y luego salimos todo contentos, cruzamos por la puerta de Mazarelos, y tuvimos una comida que yo creo que recordaremos todos dentro de unos años, y sonreiremos al recordarla y Andrés nos mirará y pensará: ¡estos viejos otra vez en plan revival, acordándose del bautizo!
Al acabar la comida, los amigos de mi amigo cantaron a capella una canción: fue un momento como del final de El festín de Babette o de la cena de Dublinenes. Antes habíamos estado hablando -¡y estábamos tan de acuerdo!- de la necesidad del trabajo constante para el arte, algo que afirmaba uno -que se dedica a la guitarra clásica- y corroboraba el otro -que se dedica a la novela-; los dos hacían también grandes elogios de Madrid, a donde se han trasladado, igual que otro amigo suyo -en el otro extremo de la mesa, un poco excesivo de gestos, un poco Fellini, un poco Mastroianni, riéndose siempre pero con ese poso de tristeza que me dicen que se ve sobre todo en su poesía- y donde han encontrado posibilidades que en la provincia no veían.
siempre quedaba la opción de bautizarle cualquiera de nosotros, para lo cual bastaba con poner a la criatura en peligro inmediato de muerte
ResponderEliminarYa que nadie comenta, pues lo hago yo: me ha encantado esta frase; le encuentro un no sé qué de humos británico que me ha hecho reír a gusto...
Yo no he tenido ni fiesta de bautizo ni de comunión. De niño mis dos familias no se podían ver y hubo un bautizo "sin público" aunque con muchísimas fotos para que no hubiese dudas.
ResponderEliminarY, de mayor (pero aún siendo un niño), exigí que mi comunión fuese "secreta". LLegué a casa y le dije a mi madre: "he hecho la comunión".
(Detesto las fiestas (lo más parecido a una fiesta que soporto es una cenita con pocos amigos).)
Oh!
ResponderEliminarHe disfrutado con tan amable y simpática semblanza. Parece que fueras un english-men contando el caso.
O algo así.
Vale!
'