Mónica Cabo. Escenografía complementaria.
Qué vi: un parque infantil cúbico, de 4x4x4 metros más o menos pero todo negro, la estructura, el tobogán, las bolas en las que caes. Había una niña jugando (en la pared no decía que se pudiera jugar, pero sí que el artilugio cumplía todas las normas de seguridad) y luego vi también a dos personas mayores, mientras me aburría en el vídeo de Rubén Grilo.
Qué me pareció: pues la verdad, me impresionó. No sé por qué, pero me acordé de la señorita Havisham de Grandes Esperanzas, de Dickens. Era escalofriante ver un lugar de juegos infantiles todo negro.
Qué decía el folleto:
Qué pienso yo después: A pesar de toda esa carga interpretativa que me fastidia, fue lo que más me interesó de la exposición. Yo lo entendí en relación con la muerte, quizá es que sea un simplón.
Qué vi: un parque infantil cúbico, de 4x4x4 metros más o menos pero todo negro, la estructura, el tobogán, las bolas en las que caes. Había una niña jugando (en la pared no decía que se pudiera jugar, pero sí que el artilugio cumplía todas las normas de seguridad) y luego vi también a dos personas mayores, mientras me aburría en el vídeo de Rubén Grilo.
Qué me pareció: pues la verdad, me impresionó. No sé por qué, pero me acordé de la señorita Havisham de Grandes Esperanzas, de Dickens. Era escalofriante ver un lugar de juegos infantiles todo negro.
Qué decía el folleto:
Mónica Cabo (Oviedo, 1978) se formó en la Facultad de Bellas Artes de Pontevedra y desarrolló en Galicia su carrera expositiva [hay que justificar, como se ve, que no sea gallega-pata-negra], centrada en el discurso queer [puff, qué aburrimiento]. Su obra parte de un objeto común, un parque infantil de juegos, sobre el que realiza un desplazamiento de significado a partir de un leve cambio: de una estructura multicolor a una íntegramente negra –realizada ex profeso por Splash®– que convierte el juego de niños en algo misteriosamente adulto, más cercano a una mazmorra para prácticas sadomasoquistas [vaya, no se me había ocurrido, menos mal]. En dichas prácticas, lo lúdico se desarrolla en escenografías previamente diseñadas, con un alto grado de estetización. En el caso de esta escultura, perfectamente acondicionada para ser útil y segura [es conmovedora esa preocupación y es un retrato de nuestro mundo contemporáneo] la perversión semántica activa el deseo del adulto de jugar en un espacio de otra escala, que se convierte en un escenario mental para un código social diferenciado. Como escribió Nietzsche: “La madurez significa recuperar la seriedad que uno tuvo en su infancia mientras jugaba”.
Qué pienso yo después: A pesar de toda esa carga interpretativa que me fastidia, fue lo que más me interesó de la exposición. Yo lo entendí en relación con la muerte, quizá es que sea un simplón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario