domingo, 22 de junio de 2008

Banda de pueblo

Por la tarde, en Platerías, la Banda municipal de música de X; era un placer verles, sobre todo a los de percusión, niños entre 10 y 13 años que se iban intercambiando entre pieza y pieza los instrumentos: unas veces un niño tocaba unos platillos más grandes que él, otras a una niña demasiado pequeña para tan arduos menesteres le tocaba golpear una especie de castañuelas, otras el chaval de gafas -el jefecillo- se encargaba de los timbales sin que se le moviera un músculo de la cara.
Acunado por la música sí, pero a la mitad empecé a distraerme con tres niños que estaban sentados delante de mí en las escaleras de Platerías. El niño sacaba toda una gama de ruidos a una botella de agua de plástico vacía: pasado un rato, se la decomisé por las bravas.
Empezaron entonces una guerra de guerrillas capitaneados por una rubia de armas tomar: se cuchicheaban cosas al oído delante de mis narices y luego me miraban con mala cara. A la rubia peligrosa le dije que dejara de mirarme; cuchicheos, nueva táctica: ponía la vista detrás de mí, en dirección a la torre del reloj de la catedral; como veis, tácticas psicológicas refinadas de mobbing en una criaturita de diez-once años. Se movieron: puse el pie, les dije que ese era mi sitio, se revolvieron ultrajadas: miradas recriminatorias, cuchicheos.
Yo a esas alturas ya me estaba divirtiendo mucho: al final me pidieron la botella de plástico vacía. Empecé un diálogo de besugos en el que ellas reclamaban la botella -ya se veía que era una cuestión de principios- y yo utilizaba tácticas sofísticas aprendidas de los hermanos Marx. Ante cada frase incoherente me miraba la rubia como diciendo: ¿pero este es idiota? Necesitaban la botella urgentemente, era un don preciado, iban a usarla para pintarla en clase, la botella era absolutamente necesaria para una futura excursión, la necesitaban.
Eran de X, como la banda, y estaban aburridos porque ya habían oído esas músicas muchas veces. Les devolví la botella, rendido, y aquí se acabó la guerra.

4 comentarios:

  1. Tío, no sé si te das cuenta, pero te estás volviendo un viejo cascarrabias, jeje. A ver si nos vemos pronto. Saludos desde la Pérfida. Fernando.

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  2. ¡Bravo!

    Me encantan estos posts de vívidas descripciones cotidianas.

    No sé por qué se me ha venido a la memoria el viaje en el que hablabas del matrimonio que se llamaban papá y mamá.

    Me acabas de sacar una sonrisa. Gracias.

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  3. "...era un placer verles, sobre todo a los de las escaleras, niños entre 10 y x años que se iban intercambiando entre pieza y pieza la botella ..."
    Buenísimo. Y sí que promete esa rubita; lo mismo era la novia del jefecillo impertérrito, o lo vendrá siendo, ya lo verás...

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