Mi madre me acompañó a la estación de tren de Burgos. Como había un retraso de veinte minutos y ante el peligro cierto de muerte por congelación optamos por refugiarnos dentro.
Allí estábamos intentando recuperarnos cuando mi madre vio a una prima de mi padre.
Breves antecedentes sobre estos años sin saber de ellos (yo no recordaba haberla visto nunca), y esa prima se lanzó en tromba a una batería de informaciones sobre conocidos y familiares en la que todos quedaban malparados, menos ella. Cada poco afirmaba, sentenciosa: a ese (a esa) le va la marcha. Ponía unos ojillos que añadían malicia a la frase. Era como la encarnación de la Maledicencia, tan prototípica que era patológica. A mí me empezó a dar la risa. Le di un codazo a mi madre, que yo creo que estaba en estado de shock y por eso no entendió al principio por qué le daba el codazo. Yo miraba para otro lado, no fuera a echarme a reír.
Al final, optamos por irnos al andén, que ya llegaba el Diurno a Galicia (y para poder comentar la jugada).
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