sábado, 11 de noviembre de 2006

Ángel González

Todo el mundo lo sabe

A J. M. Caballero Bonald
De tarde en tarde el cielo está que arde.
En el jardín la luz declina rosa
rosae, y la fuente rumorosa
conjuga en el silencio de la tarde

el presente de un verbo evanescente
que articula el mañana y el ayer.
"Todo lo que ya fue volverá a ser",
murmura el cuento claro de la fuente.

El cuento de la fuente es eso: un cuento.
Quemó el cielo la luz en la que ardía,
y el día se deshizo en un memento

homo, humo, ceniza, lejanía.
Eso es lo que nos queda de aquel día.
Quien quiera saber de él, pregunte al viento.

El poema, en El cultural, es el único que se salva en la quema de esos poemas de ocasión a Caballero Bonald (que hoy dice una tontería más, entre una selva de tonterías, en una entrevista con el tonto de Juan Cruz: va y dice que le gustó nacer).

Notas para el comentario.
Uso de juegos de palabras: 'el cielo está que arde'.
El tono romántico: la fuente rumorosa / conjuga en el silencio de la tarde, es rechazado por medio de la ironía (rimas internas muy marcadas, ripiosas: presente/evanescente) y también explícitamente (El cuento de la fuente es eso: un cuento).
Referencias cultas: rosa, rosae dentro de un juego de palabras. Memento, homo (homo / humo)Manera sabia de utilizar el encabalgamiento (En el jardín la luz declina rosa /rosae). Es como una manera de decirnos a los apresurados que existe eso que se llama la pausa versal
Qué queda: el tono elegiaco (último terceto). Está recordando ese verso tan bueno de Góngora: en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.
Quizá no sea su mejor poema, ni de los mejores, pero en conjunto me gusta.

2 comentarios:

  1. Estupendo comentario: ¿mejor que el poema? Muy bien relacionado el encabalgamiento con la importancia del verso. Es una idea clave. Tu apreciación del conjunto de ramilletas es exacta, aunque con una sola salvedad: el poema de Eloy Sánchez Rosillo está, a mi parecer, estupendamente, ¿no?. Usa muy bien los versos y las pausas. Lo único que me disgusta es, ay, la dedicatoria.

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  2. No es preciso que el cielo arda, ni que canten las fuentes. Madrugar, caminar un rato entre limoneros, observar la progresión del otoño en los cañaverales, despeinarnos con el viento, desayunar café con risas, comprar periódicos y mejillones de Pontevedra, planchar camisas, limpiar unos cristales en los que no resbalará la lluvia, poner la cerveza a refrescar, guisar, sacar una mantita para el sofá, resucitar a Harold Lloyd, leer unos poemas de Miguel D`Ors, discutir como si tuviéramos la calentura de los veinte años, llamar a una amiga y corretear detrás de su hija (un bichito de un año), corregir unos exámenes (ufff), leer “Una cita de Sófocles en Los nombres de Cristo”, volver a fray Luis, pensar que el día tiene pocas horas, apurar cada segundo. Esto es la vida (quien estuvo a punto de perderla lo sabe).

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