miércoles, 25 de octubre de 2006

Juan Guerrero Ruiz

Estoy leyendo Juan Ramón de viva voz, de Juan Guerrero Ruiz (Pre-textos / Museo Ramón Gaya, 1999, 2 volúmenes) y lo estoy disfrutando mucho. Es como las conversaciones de Goethe con Eckermann, pero a la hispánica. Muy recomendable, y obligatorio para quien quiera ser poeta.
Tremendo personaje JRJ, con su dedicación absoluta a su Obra (siempre con mayúsculas), buscando editores, corrigiendo sus poemas continuamente. Su conciencia del valor de su Obra (otra vez con mayúscula) es absoluta, pero yo no me atrevería a llamarle soberbio. Quizá él como Goethe sean simplemente genios.
El libro son las transcripciones diarias que hace Juan Guerrero de lo que le dice JRJ. Todo es bastante repetitivo, pero aun así yo disfruto mucho con ello (¿deformación de filólogo?). Juan Guerrero es también plenamente consciente de su función de ayudante de Juan Ramón. Cuando se queda sin trabajo (¡trabajaba DE FUNCIONARIO en CAMPSA!) porque los nuevos dirigentes de la República colocan a amigos suyos dice:
Le digo [a JRJ] que lo esencial es conservar mi destino en Madrid, pues para mí sería muy doloroso marchar a provincias, después de haber llegado a esta compenetración con él que es para mí un antiguo ideal realizado ahora. (I, p. 235)
Pero yo quería citar sólo esta frase:
Se despide Zenobia y Juan Ramón se asoma a la ventana para verla marchar, como suele hacer siempre. Frente a nosotros, sobre el arbolado del Sanatorio del Rosario, la tarde de tormenta está preciosa: hay grandes nubes claras, que a veces se iluminan de relámpagos. (I, p. 278)


Paralelamente quiero leerme los Diarios de Zenobia, que se acaban de publicar completos. Después leeré las Poesías de Juan Ramón, lo que demuestra hasta qué punto puede llegar la deformación de un filólogo.

Mañana me voy a Cádiz: noticias a la vuelta, el domingo.

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