Me quedaba de contar de Austria la última excursión, el día anterior a la vuelta.
Fue al castillo de Riegersburg, que resitió con éxito los múltiples ataques de los turcos, por lo cual al menos yo le estoy muy agradecido (no al castillo, a los que lo defendieron). Mientras en España nos habíamos librado de los nuestros, por el este castillo como este (valga la redundancia) nos evitaban la alianza de civilizaciones
Fuimos andando entre un bosque de hayas: ¿qué hay más bonito que eso?
El castillo está muy alto, sobre una roca y la cuesta es de campeonato. Vamos despacio, dejando de lado un chiringuito que han montado de venta de suvenires, sobre brujas quemadas allí.
A media altura hay un monumento funerario. Es una estructura más o menos circular. En las paredes aparece la lista de los muertos de los pueblos que están en esa dirección: los de la primera y la segunda guerra mundial. Es escalofriante, una lista gigantesca de muertos, chicos jóvenes muertos por la locura de un maniaco. En un círculo en el centro hay lápidas con las batallas que había habido en Riegersburg, desde los romanos hasta la actualidad. Un buen sitio de meditación sobre el dolor, con una vista muy bonita de los alrededores.
El castillo está bien conservado; para llegar a él hay que pasar varios círculos de fortificaciones. En el último hay además agua en el foso. No entramos al edificio, porque era una clavada y teníamos la espalda acribillada de los precios que habíamos tenido que pagar esos días. En cambio, nos tomamos una última cerveza, rodeados de avispas, que están por todas partes en Austria. Es el tipo de incongruencia en el que cae la mayoría de la gente, así que no me lo echéis en cara: y la cerveza también es cultura ¿no?.
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