sábado, 15 de julio de 2006

La quidditas

La quidditas no tiene nada que ver con el quidditch (que yo sepa, pero Rowling tiene estudios clásicos, y nunca se sabe) y tampoco sé exactamente si tiene que ver con lo que decía García-Máiquez ayer: el arcear del arce / a very horsely horse.
La cosa es que gracias a Dal he leído el primer volumen de Las grandes amistades, el libro de Raissa Maritain sobre el itinerario de su conversión. Ahí explica Raissa (p. 130) que poco antes de convertirse percibió la presencia de Dios, primero ¡leyendo a Plotino! y por segunda vez en un tren:
Yo miraba, sin pensar en nada preciso. Súbitamente se operó en mí un cambio profundo, como si de la percepción de los sentidos hubiese pasado a una percepción completamente interior. los árboles que huían se habían hecho de repente más grandes que ellos mismos. Tomaron una dimensión prodigiosa en profundidad. Todo el bosque parecía hablar y hablar de un Otro, se convirtió en un bosque de símbolos, y parecía no tener otra función que la de designar al Creador.
Su marido lo llamó "experiencia metafísica":
A la vista de una cosa cualquiera un alma sabrá en un instante que esas cosas no son por sí mismas y que es Dios.
Impresionante ¿no? ¿Y por qué nadie ha reeditado este libro, impreso en Argentina en 1945?
Veo que hay una traducción catalana, ¿pero una castellana?

2 comentarios:

  1. También René Girard tuvo una determinante experiencia metafísica previa a su conversión en un tren.

    Y JRJ un vislumbre poético fundamental yendo de Sevilla a Cádiz en tren, del cual salió todo el ritmo de "Diario de un poeta recién casado".

    Creo que ni el avión ni el coche tienen tantas posibilidades. Yo por si acaso mi próximo viaje lo haré en la RENFE.

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  2. Otra de las conversiones sonadas (nunca mejor dicho) fue la de García-Morente, narrada por él mismo en "El hecho extrordinario". Durante la guerra tuvo que salir por pies de Madrid (hasta que el revisionismo actual diga lo contrario, huyendo de los rojos, que querían darle el paseo), y se exilió a París, pasándolas canutas. Allí, en la soledad y en la angustia de no saber si sus hijas estaban a salvo, mientras escuchaba "La infancia de Jesús" de Berlioz, tuvo una experiencia casi tangible de Dios, que cambió su vida. Terminó haciéndose sacerdote (justo al revés que Zubiri).

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