Yo no quería rebajarme a hacer lo que todos, a mirar el eclipse con unas gafas que pasaban de mano en mano. Estaba tan campante en mi mesa cuando empezó a aparecer gente y me pudo la curiosidad y el vivir un momento histórico: allí estaba yo viendo un arito de oro con un centro negro, entre la emoción de la gente.
Pero lo interesante no estaba ahí: poco a poco se había ido oscureciendo el día -muy luminoso-, aunque más bien era una luz distinta, como de tormenta o de luna llena o quizá las dos cosas a la vez. El espectáculo estaba aquí, y cómo podría describiros esa luz tan extraña, las sombras alargadas en un día de sol.
Duró sólo unos minutos, pero yo vi el cris*.
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