Volvía de la Facultad y en el césped había un montón de portugueses que comían sentados en el suelo, incluso con manteles, de unas tarteras. Estaban en grupos de cuatro o cinco, tan contentos, viendo a la gente pasar en medio de Santiago; al fin y al cabo estaban en el extranjero. Es una estampa relativamente habitual. Son gente mayor, jubilados de pueblos, algunos vestidos a la antigua usanza: muchas señoras de luto.
Reflexiones filosóficas: en España estamos perdiendo esa costumbre; incluso miramos por encima del hombro a los portugueses pobres, pero cuando yo era pequeño lo normal en los viajes era eso, comer una tortilla en el primer trozo de verde que encontraras. Hemos cambiado: ahora vamos a restaurantes. Pero no somos más felices.
Nos vendieron la burra del desarrollo económico y no nos dio la felicidad: qué buenas sabían aquellas tortillas, cuando pensábamos que los restaurantes eran para los ricos.
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