Esperaba ver a alguien que se arrastraba por el escenario con una banda chapucera de muertos de hambre, para sentir pena de él y esperar sólo un poco para su muerte, que redondearía su figura trágica.
Lo que me encontré: un músico esquelético, que miraba al suelo, que sólo decía gracias al acabar cada canción, que empezó con puntualidad el concierto, con una banda de lo que parecían ser honrados padres de familia, ofreciendo un concierto perfecto, lleno de detalles, cuidado, finura y sensibilidad. Los músicos padres de familia, perfectos; la voz, maravillosa.
Momento mágico de la noche, dos: Chica de ayer, que no entiendo por qué sigue siendo una canción tan perfecta después de tantos años y de haberla oído tantas veces, y Una décima de segundo, solo, únicamente con el acompañamiento de teclado.
Lo que me encontré: un músico esquelético, que miraba al suelo, que sólo decía gracias al acabar cada canción, que empezó con puntualidad el concierto, con una banda de lo que parecían ser honrados padres de familia, ofreciendo un concierto perfecto, lleno de detalles, cuidado, finura y sensibilidad. Los músicos padres de familia, perfectos; la voz, maravillosa.
Momento mágico de la noche, dos: Chica de ayer, que no entiendo por qué sigue siendo una canción tan perfecta después de tantos años y de haberla oído tantas veces, y Una décima de segundo, solo, únicamente con el acompañamiento de teclado.
Quería encontrar un mito del malditismo y me encontré a un músico (y a una banda) como la copa de un pino, cuidando los detalles al mínimo. Larga vida para Antonio Vega y muera el mito del malditismo genial sin trabajo. Me alegro de que estés tan bien, maestro.
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