lunes, 14 de febrero de 2005

Discernir y discriminar

Este es el texto que prometía ayer, un artículo sobre la Universidad ("El estudio de las Humanidades"), de Fernando Inciarte, catedrático de Filosofía en Münster y al que tuve la suerte de conocer personalmente (se publicó en Nueva revista, 75 Mayo-Junio 2001, p. 104-105 y después en su libro Liberalismo y republicanismo, Eunsa 2001). Me parecen interesantes reflexiones sobre la inocencia que hay que mantener para seguir aprendiendo (las negritas son mías):

La capacidad de discernimiento a que me refería –para que uno no se convierta, como decía el famoso Ortega, en un bárbaro que sabe mucho-, no se adquiere sólo por la letra escrita –leyendo libros, por ejemplo— ni tampoco sólo por la palabra hablada —oyendo conferencias, por ejemplo, hasta ahí podríamos llegar—. Se adquiere también por los ojos, tiene que entrar también por los ojos, por el arte; por los oídos, por la música. Dejemos la música aparte. Quedémonos con el arte. No digo con el arte de la imagen; el arte no tiene por qué ser de la imagen, figurativo; tampoco tiene por qué no serlo.
La discriminación a que me refiero (...), la capacidad de discernimiento necesaria para vivir, digamos, una vida digna de ser vivida se adquiere también por el arte no figurativo y se aplica también a ese otro tipo de arte. Llamémoslo, con una palabra ya un tanto anticuada, «arte de vanguardia». No es que todo arte de vanguardia sea bueno y todo arte figurativo sea malo, trasnochado, anticuado. Tampoco es verdad lo contrario. Hay personas que dicen: yo no quiero meterme en el arte de vanguardia —que, por supuesto, no es sólo arte abstracto— y en vez de meterse, introducirse en el arte de vanguardia, se meten con el arte de vanguardia, diciendo: porque no estoy dispuesto a que me tomen el pelo.
Con esta actitud es difícil adquirir capacidad de discernimiento. Y si llegara a generalizarse, sería incluso imposible. ¡Deja que te tomen el pelo, hombre! ¡Exponte a que te lo tomen! Así es como aprenderás a que no te lo tomen, o a que te lo tomen menos. Al fin y al cabo, tampoco es tan grave. En nuestro caso, así es como aprenderás a discernir, dentro mismo del arte que hemos llamado de vanguardia, lo bueno de lo malo. Una distinción que se da en todas partes, hasta en el arte de vanguardia (...).
De la filosofía, decía Aristóteles que para negarla hay que filosofar. Lo mismo sucede con el arte. El arte que hemos llamado —y ha sido, y a lo mejor sigue siendo, de vanguardia— es muchas veces antiarte. El antiarte puede ser también arte. Pero no todo antiarte es arte. El cuadrado —¡no cuadro!— negro que Malevich ya pintó en 1913, pero que no expuso hasta el año veintisiete en Berlín en una esquina a modo de icono y, por supuesto sin marco, era negación del arte por el arte.
Era arte, y también los objets trouvés de Marcel Duchamp. Ah, eso lo puede hacer cualquiera. Sacar una bicicleta de la bodega y colocarla en un museo. Tal vez. Pero faltaría probablemente el enorme trabajo de reflexión y de purificación (purificación del arte mismo) que había detrás de los gestos de Malevich y Duchamp. ¿Que se trataba de puros gestos? También a los gestos tiene que llegar nuestra capacidad de discriminación. Discriminación es incluso mejor que discernimiento. En la discriminación hay un rechazo directo de lo malo. Y de eso se trata en el trabajo, llamémosle educativo, del que ni tan siquiera la universidad en las circunstancias actuales —tal vez menos que nunca— se puede desentender. La educación por el arte es, por supuesto, sólo un ejemplo.
Se ha dicho —creo— que la política es cosa demasiado seria para que de ella se ocupen sólo los políticos. Lo mismo se puede decir del arte. Es demasiado serio para dejarlo sólo en manos de artistas o especialistas. Estoy hablando metafóricamente. No hay quien dé marcha atrás al modelo de investigación exacta. Ni hay por qué desearlo. Desear que alguien dé marcha atrás. Precisamente por eso no se puede dejar a la universidad sólo en manos de los especialistas. El ideal sería, naturalmente, que todos fueran especialistas y personas humanas. Que todos salieran de la universidad así. O sea, en el fondo, como entraron, pero un poco más así. Más discernientes y más discriminantes. Más sutiles, que no quiere decir necesariamente más irónicos. Pero sí que no todo da igual. Que no estamos ya más allá del bien y del mal, ni lo estaremos nunca.

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