sábado, 27 de febrero de 2010

Chesterton y el alfabeto griego

G. K. Chesterton, Autobiografía, El acantilado, Barcelona, 2003, p. 62-64:


El paso de la niñez a la pubertad y la misteriosa metamorfosis que da como resultado ese monstruo que es un adolescente podrían muy bien resumirse en un pequeño detalle, el de las antiguas mayúsculas del alfabeto griego: la gran zeta, una esfera atravesada por un aro como Saturno, o la gran ípsilon, como un esbelto cáliz curvado, conservan todavía para mí un encanto y un misterio indescriptibles, como si fueran signos de calurosa bienvenida trazados sobre el amanecer del Edén. Las minúsculas griegas corrientes, aunque ahora me resultan mucho más familiares, me parecen cositas bastante desagradables, como una nube de mosquitos. En cuanto a los acentos griegos, logré con éxito, a lo largo de una larga serie de trimestres escolares, evitar aprendérmelos; jamás me he sentido tan satisfecho como cuando, tiempo después, descubrí que los griegos tampoco se los aprendieron nunca. Sentía un claro orgullo de ser tan ignorante como Platón y Tucídides. Al menos, los griegos que escribieron la prosa y la poesía que merecían la pena estudiarse no los conocían; según creo, los acentos fueron un invento de los gramáticos renacentistas. Pero es un hecho psicológico que la contemplación de una mayúscula griega aún me llena de felicidad; la de una minúscula, de una indiferencia teñida de disgusto y la de los acentos, de una santa indignación rayana en la irreverencia. Pienso que la explicación radica en que aprendí las mayúsculas griegas, como las mayúsculas inglesas, en casa; me las enseñaron como un juego cuando aún era pequeño, mientras que las otras las aprendí durante el período que llamamos educación, ese período en el que un desconocido me instruía sobre cosas que no deseaba saber. Cuento esto sólo para mostrar que yo era mucho más sabio y abierto a los seis años que a los dieciséis. (...) Desde luego, no adoptaré esa elegante actitud moderna de revolverme e insultar a mis maestros porque decidí no aprender lo que ellos estaban dispuestos a enseñar. Puede ser que en las renovadas escuelas de hoy, al niño le enseñen de tal forma que grite de placer a la vista de un acento griego. Pero me temo que es mucho más probable que las escuelas modernas se hayan librado del acento griego librándose del griego. Y en este punto, como suele ocurrir, estoy sin lugar a dudas del lado de mis maestros y en contra mía. Me alegro mucho de que mis denodados esfuerzos por no aprender latín se vieran frustrados en cierta medida y de no haber conseguido siquiera escapar de la contaminación de la lengua de Aristóteles y Demóstenes.
[recupero esta entrada de junio de 2004 y la traigo al ahora]

2 comentarios:

  1. Creo que San Agustín de Hipona tampoco dominaba el griego.

    En cuanto a Chesterton, me gustaría saber si leyó a Santo Tomás de Aquino en latín, o simplemente se limitó a hacer funciones de publicista con el librito que le dedicó.

    (En Andalucía, puente y mucho viento).

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  2. Qué genial, y qué reconfortante.
    Con esto suponemos que no nos podrás a tus alumnos del CLEG ningun examen de acentos y que podemos pasar del espíritu suave.
    Yo ando muy mosca ahora con los acentos del portugués, ese circunflejo y esa tilde sobre "ao", que parecen los signos de breve y larga. A ver si me entero.
    Lo del "monstruo que es un adolescente" también está muy bien.

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