Era la primera vez que pasaba mi cumpleaños de viaje. Fuimos a Misa a una iglesia (calle Félix Boix), con mucha gente 'de mi edad', un cura muy joven y una piedad sobria pero que se palpaba: daba gusto estar allí. Madrid es mucho, también en esto.
Por la mañana en la Complu: había demasiados libros que me interesaban, así que fotocopié algunas cosas y me quedé con las ganas en lo demás. Luego me hizo mucha ilusión encontrarme con C., que está a punto de terminar la carrera; todo el mundo la anima a hacer oposiciones, pero yo le aconsejé que empiece el doctorado: vale mucho y sería una pena que al menos no intentara la vía universitaria.
Después había quedado con P.; me acababa de enterar de la noticia de su boda con K. y tenía más ganas todavía de verle: se le notaba muy feliz y muy enamorado, sonriendo a la camarera que le decía que se estaba precipitando; volvimos paseando hasta Moncloa y fue ahí donde se produjo el borrón del día: le quemé su chaqueta nueva con el pitillo (sin querer, claro: perdón, P.).
Nos despedimos y me fui al CSIC de Duque de Medinaceli, pero en el metro preferí continuar a Atocha, para recorrer el camino que solía hacer cuando vivía en Ciudad Real y llegaba a Madrid en el Ave: vi el sitio de las velas, especialmente triste por todo, pero también por lo feo que era el maremagnum de estampitas, velas, frases y fotos: era un prodigio kitsch, la manera de expresar no políticamente correcta un sentimiento general de auténtico dolor. Siento decirlo, pero es lo que me pareció, aunque lo prefiero mil veces al 'bosque de los ausentes' una tarta de árboles con cesped trasplantado. Es lo que hablaba el otro día con P. T.: en una conferencia había oído que los gallegos emigrantes en Argentina se quejaron de que en el Centro Gallego tuvieran mil canales de satélite pero no la Televisión Gallega: querían poder ver Luar, justo el programa más kitsch de Galicia. Pero ¿quién soy yo para criticarles por ver Luar? Si a mí no me gusta es mi problema. Si la gente pone estampitas cursis en Atocha no coincidirán con mi forma de ver las cosas, pero su dolor es real, seguramente más real que el mío, lo mismo que nunca podré tener la nostalgia que tienen los emigrantes cuando ven Luar en Argentina.
De ahí a la cuesta de Moyano, con un par de casetas abiertas y ningún libro interesante. Ya que estaba me fui al Reina Sofía; allí me enteré que me salía gratis la entrada por ser profesor, así que entré, vi la exposición de Solana (bisí-bisá), la de Pertegaz (todo es boda en este viaje) y unas fotos de Robert Capa maravillosas; estaba también la del miliciano, pero sigue sin convencerme: es de esas fotos que te tienen que explicar, porque si no no sabes de qué va.
Por la mañana en la Complu: había demasiados libros que me interesaban, así que fotocopié algunas cosas y me quedé con las ganas en lo demás. Luego me hizo mucha ilusión encontrarme con C., que está a punto de terminar la carrera; todo el mundo la anima a hacer oposiciones, pero yo le aconsejé que empiece el doctorado: vale mucho y sería una pena que al menos no intentara la vía universitaria.
Después había quedado con P.; me acababa de enterar de la noticia de su boda con K. y tenía más ganas todavía de verle: se le notaba muy feliz y muy enamorado, sonriendo a la camarera que le decía que se estaba precipitando; volvimos paseando hasta Moncloa y fue ahí donde se produjo el borrón del día: le quemé su chaqueta nueva con el pitillo (sin querer, claro: perdón, P.).
Nos despedimos y me fui al CSIC de Duque de Medinaceli, pero en el metro preferí continuar a Atocha, para recorrer el camino que solía hacer cuando vivía en Ciudad Real y llegaba a Madrid en el Ave: vi el sitio de las velas, especialmente triste por todo, pero también por lo feo que era el maremagnum de estampitas, velas, frases y fotos: era un prodigio kitsch, la manera de expresar no políticamente correcta un sentimiento general de auténtico dolor. Siento decirlo, pero es lo que me pareció, aunque lo prefiero mil veces al 'bosque de los ausentes' una tarta de árboles con cesped trasplantado. Es lo que hablaba el otro día con P. T.: en una conferencia había oído que los gallegos emigrantes en Argentina se quejaron de que en el Centro Gallego tuvieran mil canales de satélite pero no la Televisión Gallega: querían poder ver Luar, justo el programa más kitsch de Galicia. Pero ¿quién soy yo para criticarles por ver Luar? Si a mí no me gusta es mi problema. Si la gente pone estampitas cursis en Atocha no coincidirán con mi forma de ver las cosas, pero su dolor es real, seguramente más real que el mío, lo mismo que nunca podré tener la nostalgia que tienen los emigrantes cuando ven Luar en Argentina.
De ahí a la cuesta de Moyano, con un par de casetas abiertas y ningún libro interesante. Ya que estaba me fui al Reina Sofía; allí me enteré que me salía gratis la entrada por ser profesor, así que entré, vi la exposición de Solana (bisí-bisá), la de Pertegaz (todo es boda en este viaje) y unas fotos de Robert Capa maravillosas; estaba también la del miliciano, pero sigue sin convencerme: es de esas fotos que te tienen que explicar, porque si no no sabes de qué va.
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