Vimos Los que se quedan, otra película de Alexander Payne (del que habíamos visto hace poco Nebraska). Está muy bien. Creo que juega con las expectativas de un subgénero en el que se incluirían al menos dos películas, Adiós, Mr. Chips, y La versión de Browning (las dos tuvieron dos versiones).
Todas tienen en común un profesor de estudios clásicos (las dos primeras profesores de lenguas clásicas, la última uno de "civilizaciones clásicas"), solo (viudo o mal casado o soltero sobrevenido), mirado por los alumnos con despego pero que tiene un corazoncito y acaba realizando una especie de redención paterna. Ya hace veinte años intenté hacer una lista, en la que estaba también El club del emperador.
[ACTUALIZACIÓN: Un amigo me manda un artículo de Dámaris Romero González, "La figura del filólogo clásico en el cine", de 2012, donde señala mucho de lo que digo yo aquí como si fuera una novedad]
Los que se quedan tiene toques originales: el estoicismo heroico que ronda a los otros protagonistas aquí es un estoicismo de partida que no tiene problema de romper el mayor tabú del mundo anglosajón, que es el respeto sacrosanto a la verdad, el horror a la mentira, que no se si será en sus versiones extremas calvinista o qué, pero que viene a afirmar que no se puede mentir nunca, ni en peligro de muerte. Aquí el protagonista, muy bien interpretado por Paul Giamatti, se salta su propio marco en un acto final de ofrenda, algo que hace única esta película, al menos en ese marco puritano anglosajón en el que nos movemos.
Y luego, en el fondo, no en el marco, de lo que va es de la figura del padre.

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