Había leído en 2019, cuando salió el primer volumen del Diario de José María Souvirón, la crítica de José Luis García Martín, donde hace una lista de todo lo que le parece desviado de su ortodoxia, aunque reconociendo el valor del diario, a pesar de todo: me recuerda a los informes de la censura franquista, eran así muchas veces. Lo mismo hacen Juan Bonilla y José Manuel Benítez Ariza: lista de desviaciones del buen orden y absolución final.
Hace menos leí la reseña de Enrique García-Máiquez, estupenda. Volvió a salir el nombre de Souvirón, aunque de pasada, en el Congreso que hicieron hace unas semanas sobre la feracidad del páramo en los años del primer franquismo. Así que me animé a leerlo.
Yo soy muy de leer Diarios, pero una cosa es querer y otra poder: el primer volumen es imposible de encontrar. Tuve que acudir a una de mis bibliotecas: me acabaron trayendo, de la de la Universidad de Extremadura en concreto, un ejemplar a la mía. Yo me las prometía felices, pero después de los tiempos de relajamiento del Covid, hemos vuelto a las normas rígidas del préstamo interbibliotecario: no se pueden sacar los ejemplares de la Biblioteca, así que ahí me he ido leyendo el libro, a ratos, en las mesas con los alumnos, saludando a los conocidos que me ven allí leyendo.
Me ha impresionado mucho este primer volumen. Logra algo que es fundamental en un diario: un tono, una voz que se oye hablar y es verdadera. Lo que dice tiene el aire de ser verdad: yo no soy notario, pero noto esa sensación en algunos diarios. Souvirón escribe pensando en que sus anotaciones se pueden acabar publicando, pero después de su muerte, lo que le permite un tono de confesión que impresiona. Vemos al hombre en un autorretrato descarnado: es un católico practicante, está separado y es consciente de que en conciencia no se puede volver a casar. Su mujer y sus hijos están en Chile: con ella no va a volver, con ellos no puede estar. Vive en un Colegio Mayor, solo, en una soledad que apena, aunque alterna con los mejores del grupo que podríamos llamar de la Falange: Luis Rosales y Leopoldo Panero sobre todo. Entre sus conocidos están Luis Felipe Vivanco, Pedro Laín Entralgo, Dámaso Alonso. Él está bien instalado en el mundo literario y sin grandes problemas con la realidad política circundante. Pero en lo hondo está su testimonio vital, un ser humano que cuenta sus ilusiones, sus motivos para vivir, sus fobias (me dio pena que una fuera el Opus Dei, que me parece que él ve como grupo enfrentado, con varios de los tópicos que se habían solidificado en los cuarenta: la ambición de poder, la hipocresía sobre el dinero. Me imagino que él identifica el Opus Dei con Calvo Serer y su grupo tradicionalista monárquico, estudiado muy bien en un libro de Onésimo Díaz y más recientemente en un artículo que está en línea y que da el trasfondo completo a estos diarios de Souvirón: la polémica entre grupos del régimen, que era cultural, era religiosa y era política).
Yo me voy a conseguir el Cuaderno V, el único que está en venta y veré cómo hacerme con los demás. Si me los regaláis, me libraré de tener que leerlos de préstamo interbibliotecario en la Biblioteca de la Facultad.

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