No había leído, curiosamente, El disputado voto del señor Cayo, siendo yo en tiempos tan lector de Delibes. La vi el otro día y la cogí: me parece, tras leerla, una novela fallida. Podría valer, eso sí, como documento de época de los años tras la muerte de Franco. A mí me ha servido para recordar aquel ambiente de papeletas, carteles omnipresentes pegados unos sobre otros, proclamas que tiraban a montones por las calles en las primeras elecciones que viví de niño. Seguíamos las votaciones en la escuela del pueblo, veíamos a los políticos en la tele, en la única cadena que había, oíamos lo que querían inculcarnos sobre las bondades de la democracia, el cambio político, el mundo de colores que se abría. En ese sentido, este es un libro que, leído en 2025, induce a la pura melancolía, porque venció una visión de la política que ha dominado por lo menos hasta ahora, aunque parece que podría transmutarse, Dios no lo quiera, en un régimen o con ribetes bolivarianos o quizá más perpetuarse en algo equiparable a los gobiernos de los "países avanzados", las mierdas de Macron, Starmer, Scholz, políticas de "progreso" en brazos del nihilismo postmoderno.
La novela comienza y acaba en el lugar donde se organiza la campaña electoral de un partido parecido al PSOE. En esos capítulos las conversaciones son agotadoras, el lenguaje coloquial parece vivo y a la vez es banal, triste, superficial, reflejo de los personajes, insufrible. El núcleo de la novela es la visita al pueblo casi abandonado, de los candidatos. Las conversaciones con el señor Cayo tienen una descompensación grande: el anciano aparece como una figura casi redentora, algo que se subraya repetidamente al final, como una enmienda a la totalidad del trasiego político y la falsedad de los supuestos ideales que mueven los partidos. Para colmo, muy forzadamente, aparecen justo también allí los enemigos políticos (de ahí lo del "disputado voto") y pegan una paliza al madrileño cunero que representa a la provincia y que tiene su particular revelación del núcleo de la política, o, mejor, de la prepolítica, de la vida arcádica, en el pueblo del señor Cayo. Por todo eso digo que es una novela fallida, por ese pseudomaniqueísmo que no soluciona nada, por el fondo no logrado de lo que en cierta medida ha sabido reflejar, en trazos muy oscuros, eso sí.
Para que fuese una buena novela habría hecho falta una visión más clara de lo que está en juego en esta oposición entre campo y ciudad, entre vida autosuficiente y la complejidad de las luchas políticas partidistas, habría sido necesaria una visión de la política más realista y a la vez más centrada en lo verdaderamente importante. Quizá sí que esté lograda, en el sentido de que muestra lo que había disponible en la vida pública de la época, no sé.
Con el nulo entusiasmo que siento ahora por ese mundo de por el año 1978, el régimen que se creó entonces y que parece dar sus últimos coletazos ahora, no me emociona tampoco la vida solitaria en un pueblo abandonado ni el ritmo de la vida agrícola de espaldas a lo que pasa en el mundo. Y lo que representan los tres militantes del partido es tan vomitivo en conjunto y en detalle que el libro acaba siendo de una tristeza grande. Amarga lectura.
A esa novela le pasó el tiempo por encima. Como a tantas cosas. Recuerdo un final un tanto agresivo, como metáfora de protesta o queja del mundo rural. A lo mejor estoy equivocada. En todo caso, me quedo con Señora de rojo sobre fondo gris. Muy vigente aún, en tantas lecciones de vida, y muerte.
ResponderEliminarSí, tienes razón, el final es agresivo y no le hace bien a la novela, que termina de un modo extraño. Yo tengo mucho mejor recuerdo de Señora de rojo sobre fondo gris, también.
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