La sobriedad de san Juan de Ávila pasmaba a la gente, porque literalmente no comía caliente. Esto lo cuenta el Lic. Juan de Vargas, de lo que le había dicho el padre Villarás, que convivió con él:
Preguntó el Padre Villarás que cómo estaban solos y sin persona en aquella casa y que quién les guisaba la comida, y concurriendo el Padre Maestro Ávila a la pregunta, que le había respondido que no se comía nada guisado, que bien lo pasarían con unas granadas y naranjas… (25).
Pero a mí me impresiona más su humildad. Llegó al extremo de ni acudir en un discurso a la aposiopesis. Aquí supera a fray Luis de León. Es el testimonio del presbítero Francisco de Alemán:
... estuvo preso en la Inquisición, y que se portó con mucha paciencia, y que salió con grandísima alabanza de su santidad y con mucho acompañamiento, y que se portó con tanta modestia después de haber salido de la prisión que en el primer sermón que predicó le estaba aguardando todo el pueblo para ver si trataba algunas cosas tocantes a su prisión; y que cuando subió al púlpito, le tocaron chirimías, y que el dicho Venerable Padre Maestro Juan de Ávila no trató palabra ninguna de su prisión, sino que hizo, y prosiguió su sermón, en que se echó de ver su gran modestia y mucha compostura (241).
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