lunes, 5 de octubre de 2020

Tucídides sobre la peste I

Este año no tuve muchas dudas sobre qué traducir en clase de Tucídides: el episodio de la peste (2.47-54). Se me ha ocurrido ir poniendo aquí lo que vayamos viendo.

En línea he encontrado la  traducción de Francisco Romero Cruz*. Aquí os la pongo, con algunas correcciones mías:
Así se celebró el funeral ese invierno, en cuyo transcurso acabó el primer año de la guerra. Nada más comenzar el verano, los peloponesios y sus aliados, con dos tercios de las tropas de la primera vez, invadieron el Ática (bajo la guía de Arquidamo el de Zeuxidamo, rey de los lacedemonios) y una vez puestos sus reales, se dedicaron a devastar el país. Cuando aún no llevaban muchos días en el Ática, empezó a extenderse la enfermedad entre los atenienses, aunque se decía que con anterioridad había afectado a muchas localidades por la zona de Lemno y otros lugares, pero, con todo, no se recordaba que en ninguna parte se hubiera dado una epidemia tan grande y tal mortandad de personas. Al principio, por ignorancia, ni los médicos eran capaces de curarles, sino que incluso ellos eran los que morían en mayor número, por cuanto eran los que más contacto tenían, ni existía ningún otro recurso humano: cuantas plegarias se hacían en los santuarios o recurrir a santuarios oraculares o similares, todo resultaba inútil; finalmente desecharon esos medios, doblegados por la enfermedad.
Este capítulo (2.47) es el siguiente al impresionante discurso de Pericles en honor de los caídos, que aquí sirve además para todos los que murieron en la peste, casi como preámbulo.
Es el segundo año de la guerra, el 430 a. C., empezando el verano. Como el año anterior, los espartanos y aliados, poderosos por tierra, rodean Atenas con sus tropas (pero un tercio menos que el año anterior) y se dedican a devastar la región, destrozando lo que pueden de las cosechas.
Estoy leyendo un extraordinario libro de Victor Davis Hanson, excelente clasicista, erudito de historia militar y además granjero, que explica que seguro que harían daño, pero destrucciones definitivas no tanto, porque es muy difícil y lleva mucho tiempo cargarse olivos o frutales; incluso es costoso prender fuego a campos de cereales. Atenas, confiada en sus muros que aseguraban la conexión con el puerto del Pireo y el abastecimiento, lo que no había previsto era la peste, con la ciudad repleta de gente, con el calorón del verano.
Los médicos no saben qué hacer (ignorantes de la enfermedad eran; lo que se discute es si "por ignorancia" se lanzaban a curar, con lo que se contagiaban, en vez de alejarse de los contagiados) y mueren en mayor proporción que el resto.
Las plegarias a los dioses en sus templos (por ejemplo a Atenea en el Partenón), las consultas a los santuarios oraculares (como Delfos) y similares (se puede referir a santuarios de sanación como el de Asclepio) no sirven de nada y ahí se rompe algo: el do ut des de la religión griega tradicional (yo te hago ofrendas y tú me curas) parece no funcionar. Lo que se cuenta en el canto I de la Ilíada, la peste que sobreviene por no devolver una doncella y que desaparece de golpe cuando se obedece al sacerdote, ya se muestra aquí como una pamema: la peste no se arregla con un recurso sencillo a la religión tradicional.

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*También está la de Diego Gracián de Alderete, que me cae muy bien, como padre que es del Padre Gracián, el favorito de santa Teresa, pero según Lasso de la Vega es traducción de una traducción francesa de la traducción latina de Lorenzo Valla. Menéndez Pelayo le critica errores y faltas expresivas. En este capítulo hay algún error claro ("dos partes" en vez de "dos tercios", hablar de una "ciudad" de Lemno), pero es bastante digna en conjunto.

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