Continúa Tucídides describiendo más síntomas tremendos de la enfermedad. Sigo con la traducción de Francisco Romero Cruz con algunos cambios míos:
Exteriormente, su cuerpo, si lo tocabas, no estaba demasiado caliente; tampoco pálido, sino sonrosado, lívido, con florecimientos de pequeñas pústulas y llagas. Por dentro, en cambio, estaba tan ardiente que no soportaban ponerse encima ni la ropa más fina ni sábanas ni otra cosa que no fuera estar desnudos, y con gusto se arrojarían al agua fría. Muchos, al no tener quien les cuidara, se tiraron a pozos, dominados por una sed insaciable; lo mismo daba el mucho beber o poco.
A esto se añadía una desazón e insomnio permanentes. El cuerpo tampoco se agotaba mientras estaba en su apogeo la enfermedad, sino que resistía al sufrimiento, contra lo que se pudiera esperar, hasta el punto de que la mayoría moría a los siete o nueve días por efecto de la quemazón interior, conservando algunas fuerzas, o si se libraban, al afectar la enfermedad a los intestinos y producirse una fuerte ulceración al mismo tiempo que le acometía una diarrea líquida, la mayoría perecía después, de la debilidad causada por ella.
El mal, que se localizaba primero en la cabeza, recorría a partir de ahí todo el cuerpo, y si uno sobrevivía a los ataques mas graves, la afección de las extremidades era signo de su presencia, pues se cebaba en los genitales y en las puntas de manos y pies, y muchos se salvaban tras perder esos, algunos hasta los ojos. De los convalecientes se apoderaba al instante una amnesia general y ni se conocían a si mismos ni a sus deudos (2.49.2-8).
La traducción de Diego Gracián es preciosa:
El cuerpo por fuera no estaba muy caliente ni amarillo, y la piel poníase como rubia y cárdena, llena de pústulas pequeñas: por dentro sentían tan gran calor que no podían sufrir un lienzo encima de la carne, estando desnudos y descubiertos. El mayor alivio era meterse en agua fría, de manera que muchos que no tenían guardas se lanzaban dentro de los pozos, forzados por el calor y la sed, aunque tanto les aprovechara beber mucho como poco. Sin reposo en sus miembros, no podían dormir y, aunque el mal se agravase, no enflaquecía mucho el cuerpo, antes resistían a la dolencia más que se puede pensar. Algunos morían de aquel gran calor, que les abrasaba las entrañas a los siete días, y otros dentro de los nueve conservaban alguna fuerza y vigor. Si pasaban de este término, descendía el mal al vientre, causándoles flujo con dolor continuo, muriendo muchos de extenuación. Esta infección se engendraba primeramente en la cabeza y después discurría por todo el cuerpo. La vehemencia de la enfermedad se mostraba, en los que curaban, en las partes extremas del cuerpo, porque descendía hasta las partes vergonzosas y a los pies y las manos. Algunos los perdían; otros perdían los ojos, y otros, cuando les dejaba el mal, habían perdido la memoria de todas las cosas y no conocían a sus deudos ni a sí mismos.
Yo me he permitido traducir la palabra exanthema (de anthos, flor), por florecimientos en vez de erupciones, que es lo que ponía Romero Cruz, para recoger lo que me parece un antecedente interesante del género de terror, ese ir detallando lo sanguinolento. No creo que Tucídides buscara un efecto truculento, pero veo en los del género del gore características similares.
De todos los síntomas, tremendos, el de la amnesia es el que más me ha tocado, porque no recuerdo en absoluto los primeros días de la UCI: como que se me han robado. Tengo como dos o tres fotogramas. Todo esto lo digo porque esta lectura de Tucídides no está siendo en absoluto neutra para mí.
Lucrecio (1205-12) lo recogió en su obra, interpretando como mutilaciones voluntarias las de las extremidades. He encontrado la traducción del abate Marchena, de 1791, que recoge también lo que fui poniendo estos días anteriores. No me da la vida para comparar con el latín de Lucrecio ahora, pero lo podéis leer, que es interesante:
Las extremidades
De sus cuerpos no obstante parecían
Estar no muy ardientes, ofreciendo
Tibia impresión al tacto: al mismo tiempo
Estaba colorado todo el cuerpo,
Con úlceras así como inflamadas,
Como si hubiera sido derramado
Fuego de San Antón sobre sus miembros.
Un ardor interior los devoraba
Hasta los mismos huesos, y la llama
En su estómago ardía como hornaza:
La más ligera ropa los ahogaba;
Al aire y frío expuesto de continuo,
Unos a helados ríos se tiraban
A causa de aquel fuego en que se ardían,
En las aguas más frías zabullendo;
Desnudo el cuerpo se arrojaban otros
En hondos pozos; con la boca abierta,
Ansiosos de beber, a ellos venían,
Y su insaciable sed no distinguía
Las aguas abundantes de una gota
Cuando sus cuerpos áridos metían:
Ningún descanso el mal les otorgaba;
Tendido estaba el cuerpo fatigado;
La medicina al lado barbotaba
Con temor silencioso: revolvían
Noches enteras sus ardientes ojos
A un lado y otro sin probar el sueño.
(...)Atacaba los nervios, se extendía
El morbo por los miembros, y cogía
Hasta las mismas partes genitales:
Y unos, temiendo la cercana muerte,
Vivían por el hierro mutilados
De su virilidad; privados otros
De manos y de pies, quedaban vivos;
Y perdían, en fin, otros la vista:
Tan poderoso miedo de la muerte
Cogió a estos infelices, y hubo algunos
Que perdieron del todo la memoria
Y aun a sí mismos no se conocían. (1777-88)
Espero que tus alumnos no sean muy aprensivos
ResponderEliminarEstoy entrando en cada síntoma y hasta comparando con los míos
EliminarQué duro todo, y qué viva descripción de la muerte. Me ha gustado mucho en la versión de Marchena lo de "Y su insaciable sed no distinguía/Las aguas abundantes de una gota", y también lo del fuego de San Antón (https://es.wikipedia.org/wiki/Ergotismo).
ResponderEliminarAcabo de tener la clase sobre esto y he leído lo del fuego de san Antón y les he recordado que en Castrojeriz, en el convento de san Antón, les daban a los peregrinos la Tau. Ahora leo en tu enlace sobre el ergotismo que daban pan de trigo también: qué bien.
EliminarMe ha hecho acordarme del "tifus exantemático", expresión que leí hace muchos años. Al buscarlo encuentro en la wikipedia un delicioso artículo que incluye la sentencia lacónica "A los dos o tres días de debutar aparece estupor y delirios en el enfermo. Realmente tiene un aspecto grave" y que culmina en una de las más gratuitas reductio ad francorum que recuerdo, a propósito esta vez de los ojos verdes y una canción.
ResponderEliminarFeliz día de Santa Teresa de Jesús.
Yo llevo varios días intentando acordarme de dónde había oído lo de "exantemático": gracias. Y también por la pista de la wikipedia: ya me sitúa de por qué piensan que lo de Atenas podía ser tifus. Lo de los piojos verdes me ha servido para echarme unas risas.
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