lunes, 29 de junio de 2020

Autobiografía de san Ignacio

Yo ni había oído hablar de la Autobiografía de san Ignacio hasta hace poco, cuando lo comentaron en un artículo excelente que superaba los límites del propio libro para hablar del santo en toda su complejidad y hondura.
La he leído estos días y me ha impresionado. Supongo que tendría ahora que completarla con la lectura de los Ejercicios espirituales y las Constituciones, que seguro que equilibran la imagen que me ha quedado, de un san Ignacio muy don Quijote a lo divino (pero con un siglo de antelación), aunque en una continua negación del ideal caballeresco, y quizá por eso todavía más a lo caballero loco, un Amadís/Beltenebros o un don Quijote en Sierra Morena. Esa vida de peregrino, aunque exteriormente de mendigo, ese vivir de limosna y ser luego un manirroto, porque todo lo que le dan, se lo da al primer pobre que ve, me rompe la cintura: así no hay economía que resista. Voy a decirlo con palabras que quizá sean injustas: aparece como un paria que fue un pijo y que se muestra en espectáculo al mundo. Le veo muchísimos paralelos con san Francisco de Asís (y por cierto que me ha iluminado mucho sobre aspectos del papa actual, por ejemplo sus planteamientos de economía). Es, para mí, figura prototípica de la vida religiosa -la negación de la vida en este mundo- en sus extremos más escatológicos: la proclamación con su vida de la venida definitiva de Cristo, que conlleva el desprecio a la configuración del mundo como lugar en el que vamos a vivir y que tenemos que organizar y cuidar: la vida será una noche en una posada, pero la discusión es sobre si tirarse por el suelo para dormir o molestarse en hacer bien la cama, por si tenemos que quedarnos varios años ahí.
 
Mirad este párrafo al inicio del capítulo 3, cuando él está todavía tanteando cómo debe ser su vida: 
Y él demandaba en Manresa limosna cada día. No comía carne ni bebía vino, aunque se lo diesen. Los domingos no ayunaba y si le daban un poco de vino, lo bebía. Y porque había sido muy curioso de curar el cabello, que en aquel tiempo se acostumbraba, y él lo tenía bueno, se determinó dejarlo andar así, según su naturaleza, sin peinarlo ni cortarlo, ni cobrirlo con alguna cosa de noche ni de día. Y por la misma causa dejaba crecer las uñas de los pies y de las manos, porque también en esto había sido curioso.
A mí me ha gustado encontrarme el adjetivo "curioso", que oíamos de pequeños con ese sentido de cuidadoso en la forma de presentarse. Pues hasta ese extremo llega san Ignacio, de dejarse las uñas largas, aunque un año después cambió y volvió al cuidado de ese tipo de "curiosidades". También él está en proceso, la vida se alarga y no va a llegar el final tan pronto como uno desea, así que al menos cortémonos las uñas.

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