Monk, a propósito de la cita de las Confesiones de san Agustín con la que abre las Investigaciones filosóficas Wittgenstein, explica que para este toda filosofía tiene que comenzar con una confesión, porque en ella es mucho más importante la voluntad que el intelecto:
la voluntad de resistir la tentación de malinterpretar, la voluntad de resistir la superficialidad. Lo que con frecuencia se interpone en el camino de la verdadera comprensión de los problemas no es la falta de inteligencia sino el propio orgullo.Por eso, para Wittgenstein, el esfuerzo de reflexión (y también de escritura) filosófica ha de empezar desarmando el propio orgullo:
Mentirse a sí mismo acerca de sí mismo, engañarse acerca de cuáles son las verdaderas intenciones de la propia voluntad, es algo que ha de ejercer una influencia dañina en el [propio] estilo; pues el resultado será que no se podrá distinguir qué es verdadero en ese estilo y qué falso (339).
Le mandé esto a Gregorio Luri, porque vi que estaba dándole vueltas a lo biográfico en la filosofía (por ejemplo en figuras como Foucault o Rousseau) y me contestó esto. Yo lo pongo aquí sin preguntarle:
¡Qué cuestión la de la voluntad de verdad! A mi modo de ver, sólo se entiende bien cuando se sitúa en su contexto natural, que es el de la virtud bíblica de la probidad. Fuera de allí, la voluntad de verdad, la voluntad de poder y el eros platónico se nos presentan -o yo intuyo que se nos presentan- como un intento de recuperar a Dios, buscando un fundamento en el que tener fe sin necesidad de creer que tenemos fe.
Yo estaré un poco pez en filosofía, pero qué amigos tan buenos tengo, que me van haciendo ver dónde están los problemas.
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