Era una enfermera muy concienzuda, lo iba comprobando todo en esa especie de estadillos con columnas de colores donde anotaban con líneas, números y puntos la menor variación de los enfermos que les tocaba, dos a cada una. Al llegar, decían: «hoy me toca sextas» (luego descubrí que yo era «sextas», la cama 11 y la mía, la 12). A mí me hacía ilusión que esos estadillos estuviesen sobre una placa metálica, como en las películas; ahí también anotaban hasta incluso que me hubiera tomado un batido de fresa (qué bien me supo el primero que me dieron allí, de Fresubin, lo primero que tomé en días; porque todo lo demás era parenteral); no digo ya la presión o la temperatura, que eso lo miraban con cadencia constante. En la UCI todo pesa, todo se mide, estás siendo -esa es la palabra- monitorizado por todo tipo de máquinas. Me dio por acordarme de un documental sobre un hotel carísimo en las montañas de Suiza donde iban los ricachones también a hacerse costosísimos chequeos. Se me ocurrió que los megamillonarios podrían tener sus UCIs particulares para ponerse a tono y no morirse nunca, que es lo que intentan.
Lo mío acabó siendo una cura de adelgazamiento, no poca cosa.
Bueno, pues Chus arrastraba una patológica inseguridad (si lo percibo bien, ya digo, todo está confundido por mis delirios de esos días): se quejaba de errores en las sumas, de olvidarse de cosas, de que se le pasaban momentos decisivos. En realidad era muy concienzuda, muy exigente consigo misma, pero a la vez, a mí me lo parecía, se la veía como agraviada porque le debía de parecer que no la valoraban lo que debían.
Yo creo ahora que era una enfermera excelente con problemas de autoestima, pero puede ser todo completamente al revés. A mí siempre me trató muy bien y a doña Teresa, la señora de la cama 13, al otro lado, cuando le tocaba cuidarla, la trataba con muchísimo cariño; hasta llamaba al llegar a casa a los familiares, para darles cada noche el parte.
En toda esta bruma, tengo una espinita, que es la de que me parece que me encaré una vez con ella, quejándome de alguno de esos agravios imaginarios: Chus, si fuera así, perdona, no me lo tengas en cuenta. Debí de percibir, como malo que soy, esa inseguridad tuya para hacerte pagar mi miedo con un ataque.
Seguro que ya te ha perdonado. Puede que incluso olvidado.
ResponderEliminarUn abrazo
Yo espero que ni se acuerde, pero por si acaso, le pido perdón.
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