Tengo guardado desde abril, cuando leí por primera vez el libro de las Moradas de santa Teresa, este pasaje tan bonito de las Moradas sextas, capítulo cuarto, pero voy a quedarme sólo con lo más llamativo, la comparación inicial, que a mí me recordó a la Schatzkammer de Viena, donde disfruté tanto durante bastantes días, o, en otro plano, capillas relicario como la de la iglesia de san Miguel de Valladolid o la del convento de la Encarnación de Madrid:
Deseando estoy acertar a poner una comparación para si pudiese dar a entender algo de esto que voy diciendo, y creo no la hay que cuadre; mas digamos ésta: Entráis en un aposento de un rey u gran señor, u creo camarín los llaman, adonde tienen infinitos géneros de vidrios y barros y muchas cosas, puestas por tal orden, que casi todas se ven en entrando. Una vez me llevaron a una pieza de éstas en casa de la Duquesa de Alba, adonde, viniendo de camino, me mandó la obediencia estar, por haberlos importunado esta señora, que me quedé espantada en entrando y consideraba de qué podía aprovechar aquella baraúnda de cosas, y vía que se podía alabar al Señor de tantas diferencias de cosas; y ahora me cay en gracia cómo me ha aprovechado para aquí. Y aunque estuve allí un rato, era tanto lo que había que ver que luego se me olvidó todo, de manera que de nenguna de aquellas piezas me quedó más memoria que si nunca las hubiera visto, ni sabría decir de qué hechura eran: mas por junto acuérdase que lo vio. Ansí acá, estando el alma tan hecha una cosa con Dios, metida en este aposento de cielo impíreo que debemos tener en lo interior de nuestras almas; porque claro está que, pues Dios está en ellas, que tiene alguna de estas Moradas; y aunque cuando está ansí el alma en éxtasi, no debe siempre el Señor querer que vea estos secretos, porque está tan embebida en gozarle que le basta tan gran bien, algunas veces gusta que se desembeba y de presto vea lo que está en aquel aposento; y ansí queda después que torna en sí con aquel representársele las grandezas que vio: mas no puede decir nenguna, ni llega su natural a más de lo que sobrenatural ha querido Dios que vea.Es una maravilla lo bien que lo dice y cómo usa palabras como «desembeberse».
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