jueves, 5 de diciembre de 2019

Rebozarse en oro

Traduciendo a Heródoto estamos ahora con los Alcmeónidas, una familia bien (pero de las muy bien: Clístenes, Pericles y Alcibíades pertenecían a ella; eran como los Kennedy), a cuento de que les acusaban de conspiración contra Atenas en la batalla de Maratón.
Heródoto se remonta al patriarca, Alcmeón, que ayudó en el santuario de Delfos a los de Lidia «que habían hecho esa romería» (es la traducción del jesuita expulso Bartolomé Pou). El rey Creso le hace ir a Sardes para agradecérselo y allí le ofrece «tanto oro cuanto de una vez pudiese cargar y llevar encima». Lo que sigue lo podéis leer en esa traducción de Pou:
Para poderse aprovechar mejor de lo grandioso de la oferta, fue Alcmeón a disfrutarla en este traje: púsose una gran túnica, cuyo seno hizo que prestase mucho dejándolo bien ancho, calzóse unos coturnos los más holgados y capaces que hallar pudo y así vestido fuese al tesoro real adonde se le conducía. Lo primero que hizo allí fue dejarse caer encima de un montón de oro en polvo y henchir hasta las pantorrillas aquellos sus borceguíes de cuanto oro en ellos cupo. Llenó después de oro todo el seno; empolvóse con oro a maravilla todo el cabello de su cabeza; llenóse de oro asimismo toda la boca: cargado así de oro iba saliendo del erario, pudiendo apenas arrastrar los coturnos, pareciéndose a cualquier otra cosa menos a un hombre, hinchados extremadamente los mofletes y hecho todo él un cubo (6.125).
Sigue muy bien el original, aunque a continuación, al recoge la reacción de Creso cuando ve a Alcmeón así, donde lo que dice exactamente Heródoto es que «le entró la risa» (ἰδόντα δὲ τὸν Κροῖσον γέλως ἐσῆλθε) él lo traduce como «al verle así Creso no pudo contener la risa», que es menos expresivo, claramente.
Con ese oro Alcmeón se compró una cuádriga  y ganó los juegos Olímpicos, como un Agnelli cualquiera.

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