miércoles, 16 de mayo de 2018

Hondura del evangelio

La hondura del evangelio la explica aquí Newman de manera sublime. La comparación con los textos heréticos es luminosa también:
Este universo intelectual -todo el ámbito del pensamiento teológico cristiano- es la expansión de unas palabras más bien breves y ocasionales, pronunciadas por los pescadores de Galilea. Y aquí se halla otro punto, que corresponde más específicamente al tema que me propongo tratar en este discurso: la razón no sólo se ha sometido a la fe, sino que se ha puesto a su servicio. La razón ha dilucidado los documentos de la fe, ha convertido en filósofos y teólogos a campesinos sin estudios, de sus palabras ha explicitado significados que apenas sospechaban los primeros que las oyeron. Que san Juan llegara a ser teólogo es sin duda más extraño que si san Pedro hubiese llegado a príncipe. Éste es un fenómeno propio del evangelio y una nota de su carácter divino. Sus frases entrecortadas, lo que se desprende de su lenguaje, admiten desarrollo. Hay en ellas una vida que se manifiesta de manera progresiva, una verdad garantizada por la coherencia, una realidad que fructifica en recursos insospechados, una profundidad que llega a penetrar hasta el misterio. Todo esto porque sus palabras representan algo efectivo, que tiene un lugar y un sentido preciso y una incidencia necesaria dentro del sistema sublime de realidades divinas; algo armónico en su ser y compatible con lo que implica. ¿Qué forma de paganismo puede ofrecer algo semejante? ¿Qué filósofo ha dejado sus palabras a la posteridad como un talento que podía prestarse a usura, como una mina siempre inagotable? También aquí la herejía lleva su distintivo: sus dogmas son infructuosos, no tiene teología; no la tiene en la medida que es herética. Si se le descuenta lo que conserva de teología católica, ¿qué queda? Polémicas, excusas, protestas. Recurre a la crítica bíblica o a las pruebas apologéticas por falta de ámbito propio. Sus formulaciones terminan en sí mismas, sin desarrollo, porque son meras palabras; son estériles, porque están muertas. Si tuvieran vida, crecerían y se multiplicarían; si acaso viven y dan fruto son como «el pecado, que una vez consumado, da a luz la muerte» (St 1: 15; cf. 6: 23). Se desarrolla descomponiéndose; no crea nada, no tiende a ningún sistema, su dogma resultante no es sino la negación de todos los dogmas, de toda teología, bajo el Evangelio. No es de extrañar que niegue lo que no puede alcanzar

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