lunes, 19 de marzo de 2018

Canetti 1

Me he pasado los dos últimos veranos leyendo los libros de memorias de Elias Canetti. Son tres obras (La lengua salvada, La antorcha al oído, Juego de ojos) publicadas en un volumen excelente por Galaxia Gutenberg. La traducción debió de ser un trabajo impresionante, muy laborioso, 1250 páginas; y un logro absoluto en el que colaboraron Juan José del Solar, Genoveva Dieterich y Andrés Sánchez Pascual.
He tardado en hablar aquí de ello porque no sabía cómo contar hasta qué punto me impresionó esta lectura. Una manera de explicarlo es que si quisiera ponerme negativo y buscarle faltas creo que no podría; si tuviera que eliminar frases o párrafos o páginas no sabría quitar nada, seguramente ni una coma. Yo creo que mientras lo leía hasta me debieron de dar microinfartos cerebrales, porque me quedaba sin respirar leyendo en ese estilo amplio, siempre claro pero complejo, esos recuerdos desde la infancia hasta los años treinta, que escribe con un dominio, una seguridad, una amplitud de perspectiva que a mí me daban escalofríos.

Un ejemplo, hablando de cuatro hermanas que tenían una pensión en Zürich. La mayor, la señorita Mina era pintora, pintora de flores
y las llamaba sus hijas. Había empezado haciendo ilustraciones para libros de botánica, conocía bien las particularidades de las flores y disfrutaba con la confianza de los botánicos que solicitaban su colaboración como ilustradora. (...) La señorita Mina veía en este quehacer algo solemne y sagrado, y una vez, en un momento de exaltación, me confió que era una vestal y por eso no se había casado, el que había consagrado su vida al arte debía renunciar a la dicha de las criaturas humanas comunes y corrientes.
La señorita Mina tenía un carácter pacífico y no hacía daño a nadie, eso le venía de las flores; no tenía una mala opinión de sí misma y deseaba que en su lápida grabaran una frase: «Era buena» (254-55).


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