viernes, 6 de mayo de 2016

Nuestra Señora en los Milagros

Fui leyendo el libro de Berceo con mucha alegría, con admiración creciente hasta llegar a la cima del penúltimo capítulo, sobre Teófilo, ese Fausto fascinante. A la Virgen («que luz más que estrella» 256a), la trata con un cariño y una devoción bien particulares. Por ejemplo sobre un sacerdote simple, que solo se sabía la Misa de la Virgen (221):
Foi est missacantano      al bispo acusado
que era idiota      mal clérigo provado;
el «Salve Sancta Parens»      solo tenié usado,
non sabié otra missa      el torpe embargado.
El obispo le hace llamar con muy malas palabras: «Disso: "Dicit al fijo      de la mal putaña / que venga ante mí (....)"» (222c-d). Y la Virgen se pone de abogada y le canta las cuarenta: «Díxoli bravamientre: "Don obispo lozano (...)» y acaba con una profecía amenazante: si no le deja decir Misa al pobre cura, en menos de un mes estará muerto. Y lo redondea con una maldición:
«desend verás qué vale      la saña de María» (231).
Ya sabemos que la Virgen no tiene saña ni hace amenazas, pero me gusta cómo lo dice Berceo.

En la Guerra Civil, cuando estaba escondido en Madrid, sin libros ni ornamentos, san Josemaría decia de memoria la Misa de santa María, sólo esa.

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Otro ejemplo, el del niño judío al que su padre mete en un horno («fornaz») por haber ido a Misa con los niños cristianos. Resulta que allí dentro está acurrucado tan pancho (366):
Yazié en paz el niño      en media la fornaz,
en brazos de su madre      non yazrié más en paz;
non preciava el fuego      más que a un rapaz,
ca.l fazié la Gloriosa      compañía e solaz.
(¿Y lo chulo que es ver el texto todavía oliendo a latín («en media la fornaz»), con eso de que tenía menos miedo del fuego que de un muchacho, un rapaz?)

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