Lo lógico habría sido que la muerte de Sócrates, el hombre, llevara el sello del desorden, de la sangre, de la traición y de la rabia: pero no, fue enormemente serena y digna. la de Cristo, por el contrario, lleva, por completo, el sello de la tragedia, de la repulsa y del horror. Sócrates muere tranquilo, rodeado de sus discípulos fieles y atentos. que sorben sus palabras mientras que él -imperturbable y luminoso- bebe el veneno indoloro ofrecido con mucha cortesía por el carcelero. Abandonado y traicionado por los suyos, Cristo se retuerce en la cruz, atormentado por la sed y cubierto de insultos. Sócrates muere como un señor, Cristo como un miserable, entre dos bandidos, en un descampado. Sócrates da gracias a los dioses por liberarse de las vicisitudes del mundo material, Cristo exclama: «¿Por qué me has abandonado?».
La diferencia entre las dos muertes es absoluta y precisamente la divina parece inferior, turbia. Pero lo cierto es que es infinitamente más humana; la de Sócrates, en toda su grandeza, parece -por contraste- literaria, abstracta, sometida a la puesta en escena y, sobre todo, irreal. Sócrates -con buena fe y en buena medida como un vencedor- se eleva desde el estado humano al divino. Cristo desciende, indiferente a la inmundicia, hasta los estratos más bajos de la condición humana (96-7).
jueves, 10 de marzo de 2016
Steinhardt sobre Sócrates y Cristo
Es una de las preguntas centrales de Occidente. Lo que dice Steinhardt no tiene pretensión de ser la última palabra, pero es muy verdad:
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Esto lo tiene que leer Cesáreo Bandera ya mismo.
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