lunes, 1 de junio de 2015

No sé por qué no me gusta Dora Bruder, de Modiano

He estado oyendo leer a Mario, en viajes en el coche, Dora Bruder, una novela de Patrick Modiano, el último premio Nobel. De verdad que quería que me gustase. Al principio hasta tuve un presentimiento y hasta barruntos e incluso indicios de que iba a ser que sí.

Ya he repetido hasta la saciedad aquí que ya casi no leo novelas. Esta era lo menos novela que se puede ofrecer bajo la etiqueta «Novela». No sé si entra dentro de la categoría «ficción». Tampoco es «no-ficción», porque le falta rigor por todas partes; el autor en realidad se molesta bastante poco por indagar de verdad en la vida de la (supuesta) protagonista. Él es más protagonista que la pobre muchacha judía francesa que acabó en Auschwitz y que aunque dolorosamente real como persona, como personaje tiene la consistencia de un muñeco de goma. Todo es una repetición de engoladas preguntas retóricas, a cientos, que va espolvoreando por los capítulos.
El personaje «Patrick Modiano» se me acabó haciendo insufriblemente cargante, equiparándose continuamente a la pobre muchacha por el mero hecho de pasar por una calle por la que ella quizá estuvo cincuenta años antes. Luego se pone de malote, para que no parezca que está mostrando su superioridad moral, mientras nos informa de su exquisita sensibilidad de acordarse (y no el resto de los franceses en particular, y del mundo en general) de Dora Bruder. Por poner un ejemplo contrario para que se me entienda: el Sebald de Los anillos de Saturno es lo contrario de este Modiano cargante en su odioso yo.

Los problemas de los franceses de lidiar con la complicidad con el nazismo, que además los dejó humillados en una derrota colosal (y de la que no han tenido revancha todavía), es algo que comprendo, pero para lo que tengo cada vez menos paciencia. Cada país tiene que lidiar con su pasado, y más gordo es lo que tienen que cargar los alemanes, rusos o japoneses y no se ponen tan estupendos.

El hecho es que, siendo una novelita estreñida (120 páginas a todo tirar) se me hizo larga como un día sin pan. Como los niños pequeños preguntaba: «¿Cuándo se acaba?» «¿Se acaba ya?».

Supongo que sería el tono, o la falta de empatía, o que soy un revirado o que simplemente quiero ir a la contra a pesar de que diga que no quiero y me regodeo en encontrarme a disgusto con lo que todo el mundo alaba. No sé, ya me gustaría saberlo.

Ayer se me ocurrió esta frase: «El problema no es si escribir después de Auschwitz, es escribir bien sobre Auschwitz». Ya: es una frase grandilocuente como las de Modiano.

3 comentarios:

  1. Yo intenté 'En el café de la juventud perdida'. Mediocre.
    Y compartimos el gusto en Sebald, cuya temprana muerte ha sido uno de los hechos más trágicos en la reciente historia de la literatura. Aún tenía mucho que ofrecer, ese escritor formidable.

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  2. Eso te pasa por leer la obra de un ganador de un Nobel. A malos no los gana nadie. Cada año que pasa sin que se lo concedan a Amos Oz o a A.B. Yehoshua se desacreditan más y más.

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