domingo, 16 de marzo de 2014

El niño que se sabe querido

El mensaje de Cuaresma del papa Francisco  me ha gustado mucho. El tema central es la pobreza de Cristo en su Encarnación, comentando este versículo de san Pablo: «Pues conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza» (2 Cor 8, 9).

Me impresiona lo claramente que se ve ahí que la pobreza de Jesús es plenitud. Nosotros solemos percibir la pobreza como mal porque la fundamentamos en la envidia*

Copio algún párrafo, pongo algunas negritas por ahí y entre corchetes resumo:
La pobreza de Cristo es la mayor riqueza: la riqueza de Jesús es su confianza ilimitada en Dios Padre, es encomendarse a Él en todo momento, buscando siempre y solamente su voluntad y su gloria. Es rico como lo es un niño que se siente amado por sus padres y los ama, sin dudar ni un instante de su amor y su ternura. (...) Se ha dicho que la única verdadera tristeza es no ser santos (L. Bloy); podríamos decir también que hay una única verdadera miseria: no vivir como hijos de Dios y hermanos de Cristo.

[¿Y nosotros? ¿Salvar a los demás de la pobreza con recursos? Sí, acudir a remediar las miserias*, pero lo que salva a los hombres es] «la pobreza de Cristo, el cual se hace pobre en los Sacramentos, en la Palabra y en su Iglesia, que es un pueblo de pobres».
[*diferencia entre pobreza y miseria (= «la pobreza sin confianza, sin solidaridad, sin esperanza»). Tres clases de miseria: 1. material (lo que habitualmente se entiende por 'pobreza'; insiste el Papa en la importancia de la diaconía en la Iglesia [lo explicaba muy bien Benedicto 16 en Deus Caritas est]), 2. moral: la esclavitud del pecado y el vicio y 3. espiritual «que nos golpea cuando nos alejamos de Dios y rechazamos su amor»].

El Evangelio es el verdadero antídoto contra la miseria espiritual: en cada ambiente el cristiano está llamado a llevar el anuncio liberador de que existe el perdón del mal cometido, que Dios es más grande que nuestro pecado y nos ama gratuitamente, siempre, y que estamos hechos para la comunión y para la vida eterna.

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*Y mirad -en otro terreno, pero creo que convergen- este artículo de Luis Garicano en El País de hoy, con su punto girardiano: ¿Por qué no trabajamos menos horas?)

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