Mi madre y yo contra las temibles Eva y Marga.
A la primera mordimos el polvo, pero armados de la coraza de la paciencia conseguimos un equilibrio provisional.
Y en el envite definitivo me encontré yo con una pieza en la meta y las otras tres en casa, a la espera impaciente del cinco que las redimiría y que no parecía llegar.
Y salimos con bien (las disensiones larvadas en la partida intermedia se recrudecieron en el bando contrario en la final) y les dimos su merecido: le dimos la vuelta al marcador (del parchís).
Y era la noche antes de irme, así que mis hermanas se han quedado con ganas de revancha, je.
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