viernes, 8 de noviembre de 2013

Pasar vergüenza ante un cura

Este es el Salmo 131. Salió el martes en Misa:
Mi corazón, Yahvé, no es engreído,
ni son mis ojos altaneros.
No doy vía libre a la grandeza,
ni a prodigios que me superan.

No, me mantengo en paz y silencio,
como niño en el regazo materno.
¡Mi deseo no supera al de un niño!

¡Espera, Israel, en Yahvé
desde ahora y por siempre! (trad. de la Biblia de Jerusalén)
Yo lo que leí fue una traducción en la que se decía: "como niño recién amamantado en los brazos maternos", que esa sí que parecía una imagen de puro abandono en el contento.
Luego vi que la nota de la Biblia de Navarra explicaba que el niño del que se habla es ya de dos o tres años: ya destetado, así que la cosa es más compleja: adiós fotos de bebé rollizo haciendo provechitos.
Yo de hebreo no tengo ni idea, pero en la traducción de los Setenta aparece ὡς τὸ ἀπογεγαλακτισμένον ἐπὶ τὴν μητέρα αὐτοῦ, es decir: destetado (mirad el DGE con otros ejemplos de los LXX).

Y entonces resulta que es un niño ya no tan niño pero que se echa en brazos de Dios (que es una madre) con la confianza de un niño pequeño. Lo difícil es llegar a eso, a esperar así, con ese abandono y esa tranquilidad.

El otro día el papa Francisco hablaba de la confesión, de su importancia y de cómo se confiesan los niños:
Cuando un niño viene a confesarse, nunca dice cosas generales. «Padre he hecho esto, y esto a mi tía, al otro le dije esta palabra» y dicen la palabra. Son concretos, ¿eh? Y tienen la sencillez de la verdad. Y nosotros tendemos siempre a esconder la realidad de nuestras miserias. Pero hay una cosa muy bella: cuando nosotros confesamos nuestros pecados, como están en la presencia de Dios, sentimos siempre la gracia de la vergüenza. Avergonzarse ante Dios es una gracia. Es una gracia: «Me avergüenzo».
El contexto de este párrafo es algo que dice antes:
Algunos dicen: «Ah, yo me confieso con Dios». Esto es fácil, es como confesarte por e-mail, ¿no? Dios está allá, lejos, yo le digo las cosas y no hay un cara a cara. Pablo confiesa su debilidad a los hermanos, cara a cara. Otros dicen: «No, yo me confieso», pero se confiesan de tantas cosas etéreas, tan en el aire, que no concretan nada. Esto es lo mismo que no hacerlo. Confesar nuestros propios pecados no es ir a un sillón del psiquiatra, ni ir a una sala de tortura: es decir al Señor: «Señor, soy un pecador», pero decirlo a través del hermano, para que esta afirmación sea eficaz. «Y soy un pecador por esto, por esto y por esto».

2 comentarios:

  1. Razón por la cual el cura no es una ángel sino un niño que se avergüenza con el niño y se pone más rojo que la grana cuandoel niño confiesa sus pecados como si le estuviera leyendo la conciencia al cura. Dice el niño "acúsome, padre, de que tal y tal". Y el cura esucha y piensa: y yo lo mismo o más, si cabe. Luego añade lo del "Ego te absolvo" que ya no es cosa suya. ¡Pobres curas!

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