jueves, 6 de junio de 2013

VSD 4

Al acabar las Jornadas me senté en una terraza junto a una autoridad mundial en los orígenes de la religión y la filosofía griega y dos sobresalientes investigadores discípulos suyos.
Uno de estos se puso a contar -estábamos fuera ya de la solemnidad académica, podíamos caer en frivolidades- que últimamente él y un catedrático de filosofía amigo suyo se estaban comentando el Nuevo Testamento (el original griego, claro), y que iban de sorpresa en sorpresa: la parábola de los jornaleros de la viña, esos caraduras que trabajan una hora y cobran lo mismo que los que han trabajado todo el tiempo (ahí apuntó la Autoridad Mundial que «claramente esa parábola está pensada para ganar adeptos») o la del hijo pródigo, ese zángano que vuelve a mesa puesta.
Yo intenté explicar que, claro, el mérito es lo de menos en esto. Me costó, porque tenía delante a tres personas excelentes, con prestigio bien ganado, grandes trabajadores y seguro que excelentes ciudadanos. Recurrí a la distinción entre mérito de condigno y de congruo, pero retrucó con humor la Autoridad Mundial que, sí, hay mucho congrio en Galicia.
Comentaron festivamente que así no se iba a ninguna parte y que esas no son maneras y qué que morro los católicos: me confieso y hala, a seguir pecando. No hacemos un estado viable en el siglo XXI así.
Yo me vi en la tesitura de decirles más o menos: «Veréis, me interesa tanto el Nuevo Testamento. Es que soy del Opus Dei (ya me podéis poner la etiqueta). La cuestión es otra.» Una grosería, y muy mal dicho y no hubiera hecho falta, ya lo sé, porque violentar era lo que se preveía que pasaría y lo que conseguí. Les dije, «pero, por favor, lo digo para que no parezca que quiero convenceros». La autoridad mundial dijo con humor: «como si lo fueras a conseguir». Glup, quién me manda meterme en jardines; y eso que el día anterior habíamos estado hablando tan ricamente de la inutilidad de la retórica y Platón. Y el sábado leí al Señor negándose a entrar en discusiones que no van a ninguna parte.
Al dilettante del Nuevo Testamento le llamó entonces su mujer, que no sabía llegar a donde estábamos. Me fui con él, le pedí perdón por montar esas escenas, le expliqué que me parecía muy interesante que esas dos parábolas fuesen también piedra de escándalo de A. Trapiello (además de la escena de la higuera que se seca y, en el Antiguo Testamento, el sacrificio de Abraham) y que ya era hora de que en España dejásemos de dejar de lado el Nuevo Testamento, por lo menos como la apasionante obra que es. Me dijo que sí, que le había dado pudor dedicar tanto tiempo a los movimientos religiosos griegos y su influencia en la filosofía griega y no saber nada de cristianismo.
Y con todo eso, me dejé en el tintero lo que les quería preguntar: por qué el orfismo introdujo en Grecia (y en Occidente) la idea de méritos de aquí arriba pagados allá abajo. Y qué hacer con los mitos escatológicos de Platón, el de Er al final de la República.

5 comentarios:

  1. En realidad, la Autoridad Mundial y el Escoliasta se pierden lo mejor de la parábola de los jornaleros. Quiere decir el Señor (o al menos me lo parece) que el verdadero premio es el trabajo. En tiempos de crisis se entiende como nunca, pero es mucho más: está desactivando la moralina de la recompensa. A menudo mis alumnos protestan por las buenas notas que pongo a todos, y les remito a esa historia y les digo: si tú has estudiado más, has aprendido más, y qué más quieres. A unos los convenzo y a otros no.

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  2. Lo de leer lo del hijo pródigo y detenerse en la zanganería del hijo y no ver el canto al amor, inmenso, del Padre, sobre todo, y a pesar de todo, es de ciegos.
    Y lo de los viñadores es muy propio de tantos que se conforman con que "no que no le toque la lotería al vecino"...
    No hace falta saber griego para eso.

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  3. Las dos "sorpresas" del NT serán un escándalo para los sabios mundiales, etc. Pero ese mismo señor tan sabio seguro que cualquier dia firma una petición para pedir la amnistía de presos o para la condonación de deuda de países pobres. Lo de ganar adeptos es el último cartucho que le quedaba para tergiversar lo evidente.

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  4. Las entenderían mejor, y darían saltos de contento, si se vieran como obreros de última hora o como hijos pródigos. Que minuto más o menos, país lejano más allá o más acá, eso es lo que somos todos.
    Y qué idea más curiosa de la confesión, también podía pegarle un repaso al catecismo: dolor de los pecados, propósito de la enmienda... Morro dice? Si un simple examen de conciencia...
    Seguramente un poco más de examen de conciencia haría bastante más viable el siglo XXI.

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  5. Las carencias no son de conocimiento, sino de compasión. Quien no entiende al padre del hijo pródigo, no alcanzará nunca al Padre ni de lejos.
    Lo que falta es amor, concepto inabarcable que sólo da la práctica.
    Lo que falta, también, es humildad, para acercarse al otro con respeto, para saber que uno no es el depósito de todo el conocimiento, por mucha autoridad mundial que se tenga.
    Y no sea severo consigo mismo, hay que ser santo para escuchar esas simplezas sin caer en el enfado. A mí, que comparto con ellos muchas de esas carencias, me temo que me habría llevado directamente a la ira.

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