martes, 4 de junio de 2013

VSD 2

En medio del examen, el teléfono: mis tíos, de viaje organizado por Galicia, están ya en Santiago.
Los últimos alumnos acaban demasiado tarde el examen («la próxima vez pongo tiempo limitado», me digo, aunque sé que no) y me voy a hacer de visitante organizado en mi ciudad:

-Veo a mi tío en Cervantes -me recuerda de mi padre- y entramos en la tienda de recuerdos donde está mi tía. El vendedor es amabilísimo: me alegro mucho.
-Quieren abrazar al Apóstol, así que allí vamos. Hay una cola bien larga: aprovecho la espera para contarles algo de la Catedral, pero sin aburrir, que ya me conozco. Al oírme dar tantas explicaciones, una señora que está delante en la cola me pregunta que para qué es esa cola en la que estamos: le explico que ahí está enterrado el apóstol Santiago: ah.
-Vamos al Obradoiro y me hago una foto con mis tíos en el mejor sitio, con la fachada detrás.
-Por primera vez en mi vida me subo en la dársena de Juan XXIII al autobús -he visto entrar miles- de la excursión organizada. Vamos a comer a un mesón que deben de tener apalabrado: mis tíos me cuentan de la familia; voy pescando palabras de mi padre en las suyas. Son muy cariñosos. Nos acordamos especialmente de la abuela Aurora.
Volvemos. Nos da tiempo para un café. La guía de la excursión les ha indicado la tienda donde pueden comprar las tartas de Santiago (o, si son más fantasiosos, los Caprichos de Santiago).

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