viernes, 14 de junio de 2013

Las venturas de los Ruiz Pérez por el centro de Galicia y 4

La cuesta de vuelta de la cascada -tan prodigioso fue todo: un milagro- se nos hizo más corta todavía que la bajada.
Tiramos palante sin saber muy bien por dónde estábamos. En un cruce ponía «Vila de Cruces» y allí que fuimos. Cruzamos una calle larga: ni un mal bar. Una chica muy amable nos indicó Casa Castro, que por fuera parecía un chigre pero que resultó ser un excelente restaurante recién remozado, limpio, amplio, con gran comida.
Como había visto un cartel a Agolada, por seguir con la buena fortuna tiramos después para allá (el mercado de piedra) y luego seguimos hasta Ventosa. Mi madre nos señaló unas rosas que olían de maravilla, nos contó que esas plantas que estaban a reventar era saúcos y justo detrás resultó que nos estaban siguiendo unas ovejas.
Y ya nos volvimos a Santiago, que era mucho tute ya en aquel día lluvioso y feliz.

Y el domingo fuimos a Misa -qué lecturas- a la Corticela, paseamos hasta la Alameda y escuchamos música de zarzuelas a la Banda Municipal.
Nos quedamos pasmados con dos niñas ¿rumanas? de ¿11 y 8 años? que cuidaban de su hermano pequeño: era de ver con qué alegría y con qué pundonor cargaban con él, sobre la cadera. Nos dio un poco de miedo por ellas cuando se acercaron a los borrachos de los bancos circulares, pero allí fueron muy bien recibidas: nos imaginamos un pequeño drama de madre alcohólica o quizá no: una pequeña luz que se abría en el drama humano del círculo de los apestados. No supimos.

Y a comer pronto -otra vez muy bien, pero no llegamos a la cima culinaria del sábado noche: tarta de chocolate blanco & queso para recordar- porque querían volver tranquilas, parando en las pozas de Orense.
Y justo ahí fueron a coger las llaves y no las encontraban: conato de pánico de dos minutos. Estaban en uno de los bolsos, menos mal.
Me despedí de ellas, me volví a casa y a eso de las 9 me llamaron: -Estamos en Monforte. El coche se les había averiado, el seguro les había puesto un taxi contra reloj hasta Coruña y de allí fueron en tren -vía Monforte- hasta León, donde otro taxi les esperaba para llevarlas hasta Burgos. Vaya, qué mal me supo que todo hubiese acabado así.
Llegaron a las dos de la mañana.

Al día siguiente pudimos comentar la jugada y reírnos ya con tranquilidad mientras me describían con detalle la escena de ellas rodeadas de paquetes y bolsas (con las cebollas, las patatas, los cuchillos a estrenar, la empanada de la que dieron buena cuenta, las flores) cogiendo en el último momento el último tren.


Flores de saúco en mi camino a la Facultad

1 comentario:

  1. Me han encantado las venturas y desventuras de los Ruiz Pérez. La vida misma, tan interesante siempre.

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