A mí me gustaba, aunque como me dijo un arquitecto, el edificio pecaba de retórico, tanta era su antiretoricidad (if you know what I mean).
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Estaba en una manzana de un barrio de lo mejorcito de Estocolmo y no se cortaba nada a la hora de enfrentarse orgulloso al decorativismo burgués:
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Enseñaba sus tripas, sus huesos, sus ojos:
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Y a la vez, pudoroso, esperaba que la naturaleza lo tapase:
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Y no se puede decir que no tenga ritmo la ordenación de sus ventanas:
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La entrada acentuaba la lección de la fragilidad de toda arquitectura:
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El último día en Estocolmo entré allí. Y había un gran ambiente, era muy acogedor: me entraron unas ganas locas de matricularme en arquitectura allí. Diréis que bromeo, pero no.
Y qué pena que no te matriculases. Dirás que bromeo, pero no, así no se acababa esta serie sueca, tan estupenda.
ResponderEliminarMañana acaba la serie de Estocolmo: ¡cuatro meses hablando de ello! Voy a acabar como Menard.
ResponderEliminarJeje; me da que si te gustó tanto es porque no desentonaría ni un ápice en el Campus Norte...
ResponderEliminarAl otro campus lo llaman ahora Vida (Senén, muy zapateril el tío) y al nuestro ahora lo llaman "Campus Muerte".
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