jueves, 25 de octubre de 2012

Melancólica visita al Prado (y 2)

Salí noqueado de la confrontación con Rosales, y en la sala de pintura italiana del XVI no me conseguía encontrar.
Me consolé con el paisaje en la ventana del cuadrito de Mantegna, con el paraíso de plantas de la Anunciación de fray Angelico y con el paisajito que descubrí en la ventana que está justo detrás del Marqués de Santillana, en ese retablo admirable que hizo hacer a Jorge Inglés.
Y pasé por los frescos de san Baudelio de Berlanga y por los cuadros de Berruguete y levanté la ceja ante un Caballero de Juan de Juanes.
Pero no, estaba de mal cuerpo: podía subir a la planta noble o podía marcharme.

Fui a Velázquez y me paré ante las Meninas, ese cuadro de colores oscuros y en absoluto 'bonito'.
Y me fijé en la dama de perfil, en su rostro que parece una máscara, en la tela de la blusa (un puro borrón), en el niño que pisa al perro, en Velázquez sosteniéndome la mirada, en la niña que mira sin secreto pero sobre todo en la menina grandota y su mirada directa, inocente, brutal. Ay. Eso es lo que me estaba pasando; yo había ido a mirar cuadros bonitos y me estaba encontrando espejos:


Y ya bien encarrilado, busqué al niño de Vallecas y no estaba (¡lo han dejado de exponer, los canallas!), pero al menos pude consolarme con el emocionante paisaje de san Pablo ermitaño, un puro suspiro de Velázquez.

Y llegué al Retrato de caballero, que estará unos meses en Madrid. Otra mirada que hay que saber aguantar. Esa pintura se basta en el abocetamiento, hasta en la ropa, hasta en el pelo (es difícil que una foto pueda reflejarlo, ese pelo que si no parece mal pintado).
Lo importante es la mirada y el rostro y ahí es donde Velázquez (o quien sea, que tienen dudas: a mí me es indiferente). Qué cuadro.



Así salí de esa visita al Museo del Prado: melancólico porque había sido una prueba dura, con el vértigo de la pérdida de fe en el arte (y el miedo al abismo de hacerme moderno, Dios no lo quiera) y con una sensación de que había pasado algo y de que a partir de ahora miraré el arte de otra manera.

4 comentarios:

  1. ¡Madre mía; menuda metanoia! Pues no parecías tan afectado cuando nos vimos por la tarde...

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  2. LAS MENINAS

    Le dijiste al crítico de arte:
    Está bien su explicación, pero
    yo sólo vengo a ver a María Bárbola,
    a Nicolasillo Pertusato, al perro,
    y a ver abrir la puerta al Intendente Nieto.
    Te callaste
    que en aquella habitación no se respira;
    la Princesita bebe agua ¡Pobre!
    ¿Y si me preguntase?
    Yo he visto su sepulcro en Viena.

    José Jiménez Lozano

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  3. Mil gracias por el poema: supongo que algo de eso me pasó a mí. Le debo mucho a José Jiménez Lozano, así que espero haber aprendido esto de él también.

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  4. "Hacerse moderno" me parece a mí cosa tan poco temible como "hacerse antiguo". Me explico: el arte que a mí me interesa es el que está vivo, el que no se limita a ser un artefacto (idea que, como se ve, ya expuso Ramón Gaya, pero con la que me identifico plenamente). Ahora bien, nuestra relación con los seres vivos es cambiante, porque ni ellos ni nosotros son siempre los mismos (justo lo contrario de lo que ocurre con los artefactos). Si esa relación nos hace más comprensibles ciertas cosas del llamado "arte moderno" que antes nos eran ajenas, bien está. Lo mismito que ocurre con el "arte antiguo". Ahora bien, si uno puede "convertirse" en moderno -o en antiguo-, "hacerse", afiliarse, como a una especie de secta, es que su relación no sólo con el arte que ahora crea apreciar, sino con el que creía apreciar antes, no es sana (ni probablemente auténtica) y debiera revisarla. De modo que incluso de eso se puede sacar algo que valga la pena. Pero no hay motivo, pienso, para aferrarse desesperadamente a una posición, la que sea; si eso nos ocurre, lo que procede (entiendo) es tratar de entender de qué tenemos miedo, y por qué.

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