Oh, mundo es un grandísimo libro, por ambición, tono, punto logrado de emoción y resultados.
En el prólogo explica él mismo su reto: quiere hacer poesía con la realidad y para ello se pone en la línea de la «maldita poesía de la experiencia» de los 50 (lo dice aposta, eh, con toda la ambivalencia) y de la «bendita de la cotidianidad» de los 70 para buscar el ideal de Juan de Valdés del «escribo como hablo»: no es pequeño el objetivo, ante el peligro claro de la trivialización (o de caer en el «barroco minimalismo»).
Y a continuación se quita de encima los moscones políticamente correctos reafirmando su fe en el ritmo, la rima, el soneto y Léon Bloy (de él podría ser esa buena definición de la democracia como «dictadura basada en la publicidad»), y presumiendo de maldito por «no hacer feos a la belleza, ir a misa y rezar el santo rosario». Se pone de frente, pero es demasiado buena gente como para llegarle a inquietar a Bloy en su trono de escritor contra mundum y verdadero pobre en la cima del dolor: pero aspirar a seguirlo, eso sí que tiene mérito.
A la vez, está diciendo: -Poetas románticos de egos infinitos; hasta aquí hemos llegado. Y va y no solo pide el Nihil obstat en la Archidiócesis de Madrid, sino que se lo agradece al censor eclesiástico en el prólogo (y a mí, que no estoy radicalmente en contra de la censura y muy a favor de los 'Nada obsta', se me escapa un ole de admiración por la chulería y por el fondo del gesto, tan torero; y el otro día leía una entrevista a una amiga de Flannery O'Connor, que -cincuenta años después- seguía atragantada con que su amiga famosa le hubiera consultado a un amigo cura sobre si leer algunos libros: con todos los distingos y peros que se quiera hacer y poner, la humanidad se divide entre quienes se tienen solo a sí mismos como instancia moral última y los que reconocen autoridades distintas del yo).
Así que aquí, del poeta romántico exaltador de su yo, nada. Que ya valió la bobada de lord Byron, que ya está bien, que han pasado doscientos años, que tiene que haber menos yo y más mundo.
Y el título es importante en cada letra: los dos signos de admiración (implícitos), la «oh» (que yo les digo a mis alumnos que no pongan cuando traducen los vocativos griegos con ὦ) que añade la literatura (porque es de una cita de Manrique, que preside el libro: ¡Oh mundo!, pues que nos matas, / fuera la vida que diste / toda vida) y permite que se asome -ahora sí- el yo, que se dirige así al mundo con admiración.
Y el poema con ese título que hace de preámbulo acaba con este verso: ¡Oh mundo cruel, qué suerte haber nacido!, retorcimiento del Adiós, mundo cruel que se salva en el amor al mundo, aunque nos mate, porque al final tendremos una vida completa: una vida toda.
Y esto es el libro, una autobiografía sobre ese estar ahora en el mundo, admirado: en Madrid, en el Prado, enamorado, en una discreta felicidad que no anula la tristeza (siempre quise para mi vida anónima / el dolor reservado / o ser feliz imperceptiblemente; y no se vive tan mal / en la tristeza), gestionando las pequeñeces de las cosas («Cuánta nada» dice en Nada), los detalles académicos minúsculos del curriculum vitae que cuentan para puntos pero valen menos que la poesía (CV), esa Vida de poeta en una vida que es un poema (otra frase tópica vuelta a lo positivo), que podrá parecer aburrida desde fuera, pero es la de «un cuerpo en calma para un alma en vilo». Una vida de poeta a tiempo completo (pero no trabajo remunerado 'de poeta'), porque no se puede «vivir de la poesía / mirándole la cara a lo absoluto / a diario». Ser poeta es estar descolocado, no conformarse y ser a pesar de todo un mago, «un profesional».
Y todo lo hace el poeta mirando con la mirada de Dios (Sucede), que no puede dejar de mirarnos, como un espía (Cave Deus videt), como querríamos hacer nosotros con quien amamos (El espía). Es la mirada de Jesús, de ojos / tan dulces y feroces como un salmo y de quien el pueblo esperaba impaciente, abrumado / sobrecogido y ciego, volver a ver su rostro (esto es de un gran poema: Fragmento de un evangelio apócrifo).
Y mirando el mundo con esa mirada se ve la realidad realmente viva, porque está dentro el amor. Un gran poema, Bodegón / Naturaleza muerta, clava la barra diagonal del título para marcar en cada lado la presencia o ausencia de la amada: en el bodegón está ese amor que vivifica el mundo y ese mundo que es representado con amor por el arte. Ese amor también con heridas que acaban en cicatrices que se besan (otro poema excelente: Perdón).
Sí, el mundo merece un oh porque es amable y el amor está escondido dentro (La belleza es sagrario) [aquí una versión previa; yo ya hace tiempo hice cábalas sobre ello]: en la pura teoría ver el rostro de Dios daría miedo, pero no, que está ahí, en todo, como esa pequeña luz encendida en la oscuridad del Sábado Santo en El Escorial (La bendición del fuego).
Y la poesía tiene una «función social»: leemos a los guerreros de Homero, aunque sea un línea antes de dormirse (La línea) y comprendemos que como pueblo tenemos las estrellas que nos merecemos (Las estrellas con número), que es bueno lavar la ropa y tenderla (qué grande: Ropa tendida), que quizá haya que luchar, pero la guerra, si hay que hacerla, en las trincheras; (El sitio), que cargamos con la historia y las culpas y que es bueno que así sea (un poema muy, muy emocionante: Pan duro), que las verdaderas (Tentación en el desierto) víctimas nos sostienen (Los elegidos) y que hay esperanza y es bueno tener Hijos del fin del mundo.
Vamos, que Jaime García-Máíquez ha salido buen discípulo de Bloy en lo más importante: la pobreza, la alegría en lo que realmente importa y el sentido de rendención: y qué alegres salimos de su libro.
Y aquí tenéis el último poema.
Y dos críticas más autorizadas que la mía: la de José Luis García Martín y la de Andrés Trapiello.
*Númenor. Cuadernos de poesía XXV, Fundación Altair, Sevilla, 2012. No sé dónde puede comprarlo el resto de la humanidad que no es de Sevilla; en el libro hay un e-mail: libros@altair.edu.es
Es un libro impresionante. Todo él, como en el poema, es un "sucede". Está el peso del mundo, pero, de pronto: sucede.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho tu repaso, y ese hilo con el que vas atando los poemas. No me había dado cuenta de muchas cosas.
Gracias, Angel por tu estupendo análisis. Hoy he llegado aquí a través de trampolink. Ya dejé allí mi comentario. El poema del pan duro, no quiero parecer idiota, pero así es, me sorprendió, de repente, con los ojos húmedos.
ResponderEliminarSeguro que si pudiéramos comentarlo despacio, cb, nos saldrían muchas otras cosas interesantes: es un libro que tiene fondo.
ResponderEliminarIgnacio, ese poema es muy emocionante y a mí me emocionó mucho. Y tú tienes la suerte de ser de Sevilla, que tenéis el libro bien a mano.
Sí, espero hacer el dispendio y comprarlo estos días como regalo de mi santo cercano. Aprovecharé para comprar los de poesías de Enrique que, aunque no lo creas, todavía no los tengo.
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