Me daba perezona, pero por suerte la vencí y fui a la procesión del Corpus.
Llovía -hemos vuelto a noviembre en Santiago- y la procesión fue por el Claustro y las naves de la Catedral: un contrasentido que justo en esa fiesta no saliese el Señor por las calles, pero aquí la lluvia manda mucho.
Y lo que perdimos en sentido lo ganamos en belleza: excelente el Coro de la Catedral, en el Claustro y luego en el interior (dos canciones preciosas de Guerrero y un Tantum ergo de Kodaly, dijo Mario) y excelente la Banda Municipal, con muy buena sonoridad en el interior. Al entrar pararon de tocar un momento y zas, alguien se arrancó a tocar la gaita, que no puedo soportar: es superior a mis fuerzas.
Me acerqué a ver quiénes eran y resultaron ser estos:
Eran inmensamente mayores y tocaban con dedicación. Y quién soy yo para quejarme.
El señor arzobispo, que al final nos deseó felices vacaciones, como todos los años, iba con una capa pluvial, de un terno con dos dalmáticas de dorados de dos centímetros de relieve:
En el medio, la decoración tradicional en Santiago: la estrella sobre la tumba:
Yo hice las fotos porque soy un reportero y os lo debo, pero a una guiri le afeé el gesto de hacerlas (cómo somos, decía mucho mi abuela), en vez de estar a lo que estábamos, acompañar al Señor, que por fin podía salir de su tienda (tabernaculum, donde pasa las horas muertas encerrado inmóvil).
Lo que dices de la gaita me hace recordar una anotación de Javier Almuzara en un libro suyo de prosa. Cito de memoria: "Según el profesor X, se toca la gaita desde hace tropecientos mil años [no recuerdo la cifra, pero es alta]. Ya está bien, ¿no?".
ResponderEliminarCompletamente de acuerdo: ¡Ya está bien!
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