Ha habido edades en el mundo en las que los hombres pensaron demasiado en los ángeles, y les rindieron honores excesivos; llegaron a honrarlos con tanta perversión que se olvidaron de la adoración suprema que le debemos a Dios Todopoderoso. Éste es el pecado de una edad oscura. Mas el pecado de lo que se llama una edad educada, como lo es la nuestra, es justamente el contrario: en no darles mayor importancia, o no darles ninguna; determinar que todo lo que vemos a nuestro derredor no se debe a su mediación, sino a ciertas supuestas leyes de la naturaleza.*Sermones parroquiales 2, Encuentro, Madrid, trad. de Santiago González y Fernández-Corugedo, 317-25
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Si hay alguien que pueda imaginar que por el hecho de que conoce algo del orden maravilloso de las cosas de este mundo puede en consecuencia saber cómo funcionan en realidad; si ese alguien trata los milagros de la naturaleza (por así llamarlos) como meros procesos mecánicos que suceden por sí mismos -del mismo modo que las obras del hombre (como, por ejemplo, un reloj) se ponen en movimiento y continúan moviéndose aparentemente por sí mismas-; si, en consecuencia, ese hombre es lo que pudiéramos llamar un ser irreverente en su conducta con la naturaleza, pensando (si se me permite decirlo así) que no le escucha, y viendo cómo se comporta con ella; y si, además, concibe que el Orden de la naturaleza que discierne solamente en parte, sustituye al Dios que la creó, y que todas las cosas continúan por su naturaleza, y no por su voluntad y poder, y por la intervención de miles y decenas de miles de sus criados invisibles, sino por leyes fijas, que se originan en sí mismas y se mantienen por sí mismas, ¡en qué miserable gusano y pobre pecador se convierte! Mas tal es, me temo, la condición de muchos hoy en día; hombres que hablan muy en alto y que creen ser, y otros lo creen igualmente, oráculos de ciencia, y, en tanto en cuanto debemos prestar atención a los detalles de los hechos, no saben más que ninguno de nosotros acerca de los hechos de la naturaleza.
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Cuando damos un paseo y «meditamos en el campo al atardecer», ¡cuántas cosas tienen cada hierba y cada flor para sorprendernos y anonadarnos! Pues, incluso aunque supiéramos acerca de ellas tanto como los más sabios, sin embargo existen aquellos que están en nuestro derredor, que aunque invisibles hacen que el mayor de nuestros saberes no sea más que ignorancia; y cuando hablamos de temas de la naturaleza desde una perspectiva científica, repitiendo los nombres de las plantas y de las clases de terreno, y describiendo sus propiedades, deberíamos hacerlo con religiosidad, como si los grandes Criados de Dios nos estuvieran escuchando, con esa clase de inquietud que siempre sentimos cuando hablamos ante los sabios y los instruidos de nuestra propia raza mortal: como pobres principiantes en el camino del conocimiento intelectual al igual que en el de los logros morales.
domingo, 24 de junio de 2012
Ángeles y ciencia
John Henry Newman, Los poderes de la naturaleza*; es un sermón dedicado a recordar la importancia que tienen en ella los ángeles.
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Sólo un pequeño detalle: Newman parece aquí afirmar que es inevitablemente equivalente el no tener creencias religiosas y creerse "oráculos de ciencia", así como el tenerlas y ser humilde ante lo que no conocemos o comprendemos bien. Si es así, generaliza demasiado. Se puede ser agnóstico o ateo y tener esa humildad, como se puede ser creyente y no tenerla.
ResponderEliminarSe está refiriendo a los que piensan que la naturaleza se explica solo con la ciencia. No recuerdo si dice algo de otro tipo de personas; te puedo mandar el sermón entero, que es una maravilla: yo no lo puedo poner entero aquí).
ResponderEliminarQue Dios te bendiga.
ResponderEliminarSaludos
http://www.nazaret.tv/inicio?vid=783
ResponderEliminarSon dibujos animados, pero enriquece tb a los adultos y no es W Disney ( que horroriza tanto a algunas personas ;O)
Es impresionante ver todo lo que hacen los ángeles
Gracias; no lo creo necesario. Sólo digo que, en lo que aquí se reproduce, da la impresión de afirmar eso. Por lo demás, nada tengo en contra de Newman, que, sobre parecerme alguien de verdadero interés, contaría además con mi simpatía sólo por haber sido un referente para alguien a quien aprecio tanto como Gerard Manley Hopkins, uno de mis poetas ingleses preferidos.
ResponderEliminar¡Qué bueno!. Yo sí que lo quisiera entero...
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