viernes, 6 de abril de 2012

Como san Pedro (en parte)

Llegaba con cinco minutos de adelanto a los Oficios en Belvís. Solo había estado una vez en la iglesia grande y quería volver a verla: hasta quizá pudiera hacer alguna foto.
Y además sabía que el padre G. T. celebraría los Oficios muy bien, con piedad, serenidad y contención.
Fue justo entrar y le vi que me localizaba y se me acercaba: —me va a pedir que haga las lecturas.
Pero lo que me preguntó fue que si quería participar en el lavatorio de los pies, que hacían falta doce varones: y ahí, en ese momento, se me hizo metafísicamente imposible plantearme la mera posibilidad de aceptar, fue tremendo: le dije que no, que no.
Y me senté. Y me acordé de san Pedro, claro.
Y empezaron los Oficios en la Cena del Señor. Estaba removido y más cuando volví a oír a Pedro decir: —Señor, ¿lavarme los pies tú a mí? Y luego lo de que sí, que también las manos y la cabeza.
En la homilía explicó que la tradición que san Pablo recibió del Señor (2ª lectura: 1 Co 11.23: Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido) está en paralelo con el Señor a punto de ser entregado (Evangelio: Jn 13.1-15: Estaban cenando, ya el diablo le había metido en la cabeza a Judas Iscariote, el de Simón, que lo entregara); es la misma palabra entregar (traditio / traditor: el Señor que responde a ser entregado entregándonos la Eucaristía).
Y acabó la homilía y pidió a los hombres que subieran al lavatorio, animando a los que quisieran apuntarse en ese momento también. Era como que cantara el gallo por tercera vez.
Seguí sentado.
Salieron nueve y no ponían caras raras. Se fueron quitando los calcetines y esperaban a que pasara.
Les fue lavando los pies y al final se los besaba.
Miré alrededor y nos habíamos quedado sentados tres, uno con jersey de cuello de pico, un negro y yo.

2 comentarios:

  1. Aún no has terminado, como San Pedro, puedes volver el año que viene y decirle que no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza. Un instante de esa tarde bien puede ser un año, o muchos más, de nuestra vida.
    Impresionante que tradición y traición tengan la misma raíz, y toda esa cadena de entregas.
    Y el final, los tres sentados abajo, el del cuello de pico, el negro y el de la imposibilidad metafísica, todos con los pies en los zapatos y el corazón removido, es matador.
    Gracias, Ángel.

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