lunes, 5 de marzo de 2012

En cenáculos

Se comprende muy bien la impaciencia, la angustia, los deseos inquietos de quienes, con un alma naturalmente cristiana, no se resignan ante la injusticia personal y social que puede crear el corazón humano. Tantos siglos de convivencia entre los hombres y, todavía, tanto odio, tanta destrucción, tanto fanatismo acumulado en ojos que no quieren ver y en corazones que no quieren amar.
Los bienes de la tierra, repartidos entre unos pocos; los bienes de la cultura, encerrados en cenáculos. Y, fuera, hambre de pan y de sabiduría, vidas humanas que son santas, porque vienen de Dios, tratadas como simples cosas, como números de una estadística. Comprendo y comparto esa impaciencia, que me impulsa a mirar a Cristo, que continúa invitándonos a que pongamos en práctica ese mandamiento nuevo del amor.

1 comentario:

  1. Y a buen entendedor...

    Cristo Camino, Verdad y Vida: al final es lo único que da esperanza entre tanta discusión. Recuerdo cómo en la época en la que uno empieza a preocuparse por su papel en el mundo me impresionó el "ama y haz lo que quieras" de san Agustín. El amor es la única vara de medir posible, porque es la necesidad de todos los que en este mundo piden justicia de una manera o de otra.

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