Las palabras no pueden seguir al corazón, que se emociona ante la bondad de Dios. Nos dice: tú eres mi hijo. No un extraño, no un siervo benévolamente tratado, no un amigo, que ya sería mucho. ¡Hijo! Nos concede vía libre para que vivamos con El la piedad del hijo y, me atrevería a afirmar, también la desvergüenza del hijo de un Padre, que es incapaz de negarle nada.En realidad lo de la desvergüenza (la 'santa desvergüenza') lo acuñó ya san Josemaría en los años 30. Y escandalizó entonces y sigue escandalizando todavía, qué le vamos a hacer.
Y en la relectura de ahora de De los nombres de Cristo, en Príncipe de Paz (San José Lera 2008: 266) me encontré esto que tan bien dice fray Luis:
Queda, pues, concluido que la gracia, como es semejanza de Dios, entrando en nuestra alma y prendiendo luego su fuerza en la voluntad della, la hace por participación, como de suyo es la de Dios, ley e inclinación y deseo de todo aquello que es justo y que es bueno. Pues hecho esto, luego por orden secreta y maravillosa se comienza a pacificar el reino del alma, y a concertar lo que en ella estaba encontrado, y a ser desterrado de allí todo lo bullicioso y desasosegado que la turbaba; y descúbrese entonces la paz, y muestra la luz de su rostro, y sube, y crece y, finalmente, queda reina y señora.
Porque, lo primero, en estando aficionada por virtud de la gracia, en la manera que habemos dicho, la voluntad, luego calla y desaparece el temor horrible de la ira de Dios, que le movía cruda guerra y que, poniéndosele cada momento delante, la traía sobresaltada y atónita. Así lo dice San Pablo: «Justificados con la gracia, luego tenemos paz con Dios.» [Rm. 5,1] Porque no le miramos ya como a juez airado, sino como a padre amoroso, ni le concebimos ya como a enemigo nuestro poderoso y sangriento, sino como a amigo dulce y blando. Y como, por medio de la gracia, nuestra voluntad se conforma y se asemeja con él, amamos a lo que se nos parece, y confiamos por el mismo caso que nos ama Él como a sus semejantes.
hijos del Padre y amigos del Hijo, con la confianza y la desvergüenza que inspira el Espíritu Santo.
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