jueves, 18 de junio de 2009

Resucitar el OPEP

Estoy abriendo muchas líneas en este blog y voy a necesitar pronto un cuentahilos. Una de esas era el OPEP (Observatorio Para el Estudio del Paisaje): me interesaba y me interesa mucho la cuestión de la representación del paisaje (dicho sea con la pedantería -si se me permite- de un profesor de Teoría de la Literatura), pero hacía tiempo que lo tenía un poco apartado. Todo esto viene a cuento de que el otro día hablaba de la dificultad de escribir sobre unas señoras en un tractor y quedé bastante contento del resultado, hasta que José Ramón vino a decir que no, que seguía fallando, que había un problema de tono. Y yo había quedado contento porque sentía una afinidad por el paisaje y el paisanaje gallego (guardadas las distancias insalvables) como nunca la había notado, con lo bueno y con lo malo (justamente eso último era lo que me di cuenta de que me faltaba hasta ahora).

Es difícil estar cerca y distante a la vez: el paisaje como tema literario o artístico es obra de los que no están pegados a la tierra; toda descripción idílica es mentirosa y toda descripción tremendista también. Algo de eso decía ya Unamuno:
El sentimiento de la naturaleza, el amor inteligente, a la vez que cordial, al campo, es uno de los más refinados productos de la civilización y la cultura. El campesino lo ama, pero lo ama por instinto, casi animalmente, y lo ama utilitariamente. El hambre de tierra, tan característica del labrador, no es lo más a propósito para aprender a amar desinteresada y noblemente a la tierra misma. El que tiene que tener su frente encorvada sobre la esteva del arado no es el que mejor puede gozar de la hermosura del campo. [Con todo, el amor al campo nace de la conciencia de su utilidad y de los beneficios de la agricultura; el alivio al ver que uno no tiene que trabajarlo es el origen del deleite]: Así es como el sentimiento estético de la naturaleza, nacido del agradecimiento a los favores que nos hace, sólo se perfecciona y acaba a medida que nos hacemos dueños de esos favores mismos, de los que antes éramos esclavos [“El sentimiento de la naturaleza", Obras completas VI. Paisajes. De mi país. Por tierras de Portugal y España. Andanzas y visiones españolas, Biblioteca Castro, Madrid, 2004, p. 370; Salamanca, noviembre de 1909].
Y yo no quiero ser un paisajista como de Haes (me refiero al enfoque, a lo pintoresco, aunque ya me gustaría pintar como él) ni hacer el cuadro de los campesinos de Van Gogh (me refiero a la gama de colores; ya me gustaría dibujar así), ni ser fotógrafo de las desfeitas, para que me cuelguen una enorme foto en cibachrome en un Centro de Arte Contemporáneo. Y en esas estamos.

2 comentarios:

  1. Cuando lo enlazaste el otro día, no cogí el dibujo de El Roto. Ahora, sin embargo, qué bien ilustra tu entrada y el problema del paisajismo.

    ResponderEliminar
  2. jeje. Y qué vieja es la poesía bucólica, qué vieja. Pero lo 'idílico' del campo no es la poesía, ni el paisaje siquiera: es recibir una buena subvención que me permite sentarme a recibir viento fresco en el porche de mi casa... ahhh, qué buenos tiempos aquellos del dinero. jeje.

    ResponderEliminar