viernes, 6 de marzo de 2009

El abrazárboles (5 de 6)

Hace un tiempo me pasaron un relato de la vida de la palestina Mariam Baouardy (aquí); yo, educado en la cultura filológica de la sospecha (crítica narrativa + esquemas míticos: Propp & Frazer), le veo un montón de problemas a esa biografía, como a las de la Leyenda áurea, pero cómo me gusta y qué verdades se encuentran en el fondo, a pesar de tantas capas que le han puesto por encima, supongo que con fines piadosos.
Y esta Mariam (beatificada por Juan Pablo II; la admiraban Bloy, Jammes y Julien Green, nada menos) me fascina; le cogí gran cariño por esa cicatriz de un centímetro de ancho que le quedó en el cuello (la degolló un tío suyo porque no se quería casar y no se murió, pero la marca ahí se quedó en el cuello, como -mutatis mutandis- la mía), pero también por esos éxtasis en los que acababa subida en la copa de un tilo:
El 22 de junio de 1873 las hermanas echan de menos la presencia de Mariam durante la cena. La buscan: en la celda no está, ni en los claustros ni en el jardín.
Le escuchan cantar una alabanza de amor a Dios y su voz viene de lo alto. Alzan sus ojos y la encuentran sobre la copa de un gigantesco tilo, de una altura de unos 15 metros, sobre las más altas ramas, tan frágiles que no hubieran sido capaces de sostener ningún peso. La priora le ordena por obediencia descender y baja lentamente, sin hacerse daño, (...) apoyando simplemente los pies de rama en rama y continuando su canto.
La ascensión se repite ante los ojos de varios testigos, el 9, el 19, el 25, el 27, el 31 de julio y el 3 de agosto de 1873 (...).
Cuando la Priora la interrogaba, ella respondía que Jesús le tendía las manos y ella debía subir. En efecto, el fenómeno sucedía así: tocaba con una mano las hojitas al borde del tilo, esas débiles ramas que habrían cedido al peso de un pajarito y rápidamente se elevaba en alto, casi deslizándose sobre la superficie del árbol. (...)
Algunas veces el fenómeno duraba alrededor de unas cuatro horas. Cuando terminaba el éxtasis no recordaba nada. Se despertaba al pie del tilo. A veces, sus sandalias o el largo rosario que llevaba a la cintura se quedaban colgando, enredados en las ramas más altas (como un signo visible para todos de cuanto había sucedido) y ella luego se inquietaba de no encontrarlos.

1 comentario:

  1. Ay, la cultura de la sospecha. ¿Sabes que Juan Pablo II eliminó el papel del abogado del diablo en las causas de canonización? Claro, para qué cuando abogados del diablo perfectos somos ya todos, que vemos un milagro lleno de poesía y decimos "bah, poesía", y no somos capaces de ver que la misma poesía es otro milagro.
    Y sin embargo ahí está la Basílica del Encuentro en Emaús, justo donde dijo ella, señalando un campo lleno de yerbajos y ortigas. Las carmelitas, que sí creían en los milagros, al menos entonces, compraron el erial, empezaron a excavar y descubrieron los restos, unos sobre otros, de dos basílicas bizantinas y otra de los cruzados que señalaban el lugar. No sé cómo vamos a creer en la Providencia, en la de cada día, cuando los yerbajos ocultan las señales y lo que viene a arrancarlos lo convertimos en literatura.
    El detalle del tilo y que se sostuviera cantando en la copa, como un pájaro, me parece emocionante y lleno de ternura. Como la nevada inesperada el día que profesó Teresita de Lisieux, o los espárragos de San Juan de la Cruz. Poesía pura, que no es lo mismo que pura poesía.

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