miércoles, 21 de enero de 2009

La aguerrida

Andrés Trapiello, Ya somos dos, p. 79-80 [del artículo 'Otra vez el otoño, al fin']:
Imaginemos un instante que un día, sólo un día, acompasamos nuestros pasos a los del sol. Que esperamos el atardecer y vemos cómo la luz se extingue de la tierra y aguardamos, allá donde estemos, a la aurora, sin poder encender una bombilla. Los anarquistas, que creían tanto en las bombillas, usaron mucho esta palabra tan nietzscheana, aurora, porque salían de una prolongada tiniebla. Y ello explica que la recibieran con verdadera y pagana alegría, como aquel labrador que don Quijote y Sancho se encontraron esa noche de la que hablamos. Iba el labriego a buen paso, no quería que la aurora le sorprendiera lejos del campo que había de arar. Así que la aurora daba a un tiempo la dimensión verdadera de la noche, dejada atrás sin pesar para reunirse con la mañana, con el mañana. Lo contrario de estos tiempos en que parece que la máxima aspiración de todo el mundo es "vivir la noche", para no tener que trabajar, lo único que de veras puede hacernos libres, y vivirla a ser posible en un verano eterno.

1 comentario:

  1. Soy más de atardeceres y mi vida podría decirse que es bastante nocturna, pero nunca desecharía la posibilidad de contemplar un buen amanecer: como duermo poco, me puedo permitir el lujo de vivir en casi todos los momentos «poéticamente importantes» del día. Pero no sin una luz que haga más soportable esa espera.

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