martes, 9 de septiembre de 2008

Novedades sobre la Aurora

Releyendo con gran gusto La manía de A. T. (me paso el día releyendo a Trapiello), cito esto que le decía la asistenta, mujer mayor cordobesa, a G. (p. 67):
G., ya han pasado las cabras, las borriquiyas y todo.
Y luego este tour de force que recuerda esas introducciones a los capítulos en el Quijote sobre la Aurora que deja el lecho:
Nos levantamos muy temprano, mucho antes de que amaneciera. Se dice de los hombres, pero con cuánta molicie se daba vueltas en el horizonte la aurora, sin querer dejar la cama, apurando los últimos sueños, entre las sábanas del monte. Con las mejillas arreboladas, oliendo a joven. Daban ganas de decirle, eh, tú, perezosa, que ya es de día.

4 comentarios:

  1. A mí me pasa con Cervantes como a ti con Trapiello: nunca me canso de releer el Quijote.

    Me he imaginado que ibas a recordar aquello que el propio D.Quijote se decía a sí mismo en su primera salida:

    «Apenas había el rubicundo Apolo tendido por la faz de la ancha y espaciosa tierra las doradas hebras de sus hermosos cabellos, y apenas los pequeños y pintados pajarillos con sus harpadas lenguas habían saludado con dulce y meliflua armonía la venida de la rosada aurora, que, dejando la blanda cama del celoso marido, por las puertas y balcones del manchego horizonte a los mortales se mostraba, cuando el famoso caballero don Quijote de la Mancha, dejando las ociosas plumas, subió sobre su famoso caballo Rocinante y comenzó a caminar por el antiguo y conocido campo de Montiel»

    Ángel, llevas una racha de posts magnífica. Gracias.

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  2. Preciosa foto e impagable el fragmento del Quijote: Cervantes era un maestro para reírse de las ínfulas del estilo.

    (Ay, Trapiello, qué poco me lo creo.)

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  3. Pues yo también he tenido una hermosa experiencia auroral este verano, y no me resigno a no compartirla, aunque rebaje el estilo de lo ya dicho: junto al lago de Neuchâtel, con las rosadas cumbres mayores de los Alpes de Berna (Mönch, Eiger y Jungfrau) al frente, a mi me dio por hacer un recuento ordenado de los animalillos que iban comenzando su jornada, y fue éste: 1. abejas 2. cuervos, 3. perros, 4. vacas, 5. gallos (pobre posición para los profesionales de la alborada), 6. un zorro (aunque ese no debería contar, pues parece que más que empezar, acababa), 7. hombres, 8. pajarillos diversos. Ahí dejé de contar, pues en ese momento el sobrino de la Aurora, es decir, el Sol, comenzó su espectacular "performance", entre las 5.50h y las 6.00h de un día de mediados de agosto.

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  4. Gracias, ARP, por mostrar lo que yo vi. ¿Qué sería del arte si no existiera la naturaleza para inspirarlo? ¡Cuánta belleza existe en el más humilde y feo de los animalillos, en la más triste y rastrera de las plantas, o en la roca más fría y sombría de cuantas podamos imaginar! Tan sólo hay que reflexionar un poco sobre el verdadero milagro que cualquiera de esas cosas supone.

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